Mi investigación de campo en Colombia: Dos lados de un proceso

Del lado de allá

 “Ab ins Ausland”. Lo escuché desde el primer día de la maestría en octubre de 2018. Entonces llevaba apenas unos días viviendo en Berlín, cada cosa era nueva y no conocía a nadie. ¡Lo último en lo que podía pensar era en irme de nuevo! En todo caso no tenía nada claro que hacer en mi tercer semestre. Los siguientes meses pensé en toda clase de destinos: Portugal, Argentina, México, Francia; incluso decidí que era más fácil no decidir nada y simplemente quedarme en el LAI hasta terminar la maestría. Por suerte, en Berlín la vida es rápida y agitada. Pasados algunos meses ya tenía ganas de viajar de nuevo. Cuando decidí irme, las deadlines para el Direktaustausch ya había quedado atrás hacía meses, y una práctica no me interesaba.

La decisión vino al final del segundo semestre, el verano de 2019, cuando conocí a excombatientes de las FARC en un evento del LAI y me enteré que tenían un proyecto turístico en la zona rural de la Guajira. Era uno de los proyectos que forman parte de su proceso de reincorporación. Tenían tarifas y planes ya establecidos que incluían hospedaje comida y transporte en una zona de reincorporación.  Solo tenía que decirles cuanto tiempo quería estar allí y ya prácticamente todo estaría arreglado. Solo tenía que llegar.

Me di a la tarea de escoger un tema de tesis. La reincorporación de las FARC no es un campo poco estudiado así que no era fácil escoger algo original, y sobre el cual ya tuviera conocimientos. Cambié tres veces mi tema de investigación (incluidos marco teórico y preguntas de investigación) antes de sentirme satisfecho. Fui puliendo la metodología con calma entre octubre y enero en los seminarios WiPra y Entographische Forschungsmethode. También, visité a mis Betreuuer*innen constantemente, quienes me daban consejos sobre cómo aplicar los métodos escogidos y comentaban mis entregas. En esos cuatro meses de campo escribí, revisé, corregí y reformulé mi Exposé por lo menos diez veces.

Para la estadía en Latinoamérica en tercer semestre es cuasi obligatorio aplicar a PROMOS, como estudiante del LAI las posibilidades de obtener financiación son buenas. A principio de febrero todo estaba listo, volé a Bogotá y, después de una corta estadía con mi familia, viajé a La Guajira.

Del lado de acá

Estuve un mes en el Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR) Pondores, ubicado en las faldas de la Serranía del Perijá. Este es uno de los 24 ETCR que se dispusieron por todo el país para que los ex miembros de las FARC dejaran sus armas y empezaran una nueva vida como civiles. En 2016, antes de la dejación, este lugar estaba habitado solo por un puñado de campesinos/as. Ahora es un poblado de cerca de 500 personas contando exguerrilleras/os y sus familias. Es diariamente visitado por funcionarios del gobierno, organizaciones internacionales, y esporádicamente, por periodistas e investigadoras/es sociales. No esperaba llegar a sentirme tan extraño en un lugar de mi propio país y a la vez tan parte de él.

El tema de mi investigación fue el ‘trabajo reproductivo’, concepto que describe una labor tan importante como invisibilizada social y económicamente. Específicamente me centré en entender de qué manera el cuidado de niños y niñas menores de 5 años se relacionaba con las oportunidades que tienen hombres y mujeres para acceder a educación, empleo y actividad política. Según la teoría, esperaba encontrar la escena típica: mujeres cuidadoras y hombres proveedores. La investigación, sin embargo, me confrontó con una realidad mucho más compleja y fascinante. Encontré una comunidad que da mucho valor a la igualdad de oportunidades para hombres y mujeres. Me sorprendió el nivel de organización social; una auténtica y admirable experiencia de gestión comunitaria.

Durante las primeras dos semanas hice etnografía focalizada tomando nota en un diario de campo sobre lugares, horarios y personas encargadas del cuidado de niños y niñas, así como de otras actividades cotidianas de los/as excombatientes. Con esto me inserté un poco en su día a día y entendí “cómo funcionaban las cosas allí”. El resto del tiempo apliqué entrevistas. Accedí con esto a los relatos autobiográficos que abarcaban el tiempo desde la entrega de los fusiles hasta el presente.

Mi cotidianidad se desarrollaba más o menos así: A las siete de la mañana desayunaba. Era un plato fuerte, pensado para el trabajo físico. A partir de las 9 salía de mi cuarto con una libreta a hacer apuntes para mis observaciones, caminaba por todo el pueblo o me sentaba a traspasar mis apuntes al diario de campo; así hasta el almuerzo. A la una de la tarde el calor superaba siempre los 36° y era mejor buscar sombra para no sufrir insolación. Entre la 4 y la 6 había corte de energía, los ventiladores no andaban y el pueblo entero salía a abanicarse en las rústicas aceras frente a sus casas. Era el momento perfecto para hacer entrevistas. Otros días a esta hora salía a caminar por los alrededores del campamento para aprovechar ‘la fresca’ antes de que se hiciera oscuro. Al volver la cena estaba la servida y las duchas comunitarias, ocupadas. El día acababa temprano. A las 8 ya la mayoría descansaban frente al televisor. No era raro, sin embargo, que el billar siguiera poniendo música y vendiendo cerveza hasta la madrugada. Cuando acepté que, los fines de semana, el ruido del lugar no me dejaría dormir, decidí utilizar la oportunidad para hacer amigos.

Luego de ese mes quise viajar por el Caribe para disfrutar algo de mis vacaciones antes de volver a Berlín, pero entonces llegó el Coronavirus. Dos días después de salir de la Guajira el país entró en cuarentena y mi vuelo de regreso se pospuso indefinidamente. Había planeado una estadía de 12 semanas en total. Mientras escribo esto aún sigo varado en Bogotá y no sé exactamente cuándo volveré a Alemania. El consuelo es que cuando lo haga será con nuevas experiencias y amigos/as para el recuerdo, y ganas de estar de nuevo en la Serranía del Perijá.

Anderson Sandoval.

Bogotá, 25 de abril de 2020

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