Sobre los vergonzosos hechos que acontecieron en los barrios de Pance y Ciudad Jardín en el sur de Cali el día 9 de mayo del 2021

(11 Indígenas heridos de bala – 0 vecinos heridos de bala)

Reflexiones de una ex alumna del LAI sobre la actual situación de Colombia

Autora: Serena Hebenstreit Alvarado

En el sur de Cali, los llamados “Ciudadanos de Bien” avalan el uso de armas en contra de la Minga Indígena, argumentando que los bloqueos que se han hecho en el contexto del Paro Nacional*, han vulnerado sus derechos. Según entiendo, hacen referencia al derecho a movilizarse libremente por la ciudad, volver a la “normalidad” y poder retomar por fin sus vidas llenas de privilegios.

Han disparado en contra de los indígenas, no solo sin ninguna consecuencia legal (hasta el momento), sino que, además, quieren hacernos creer que el racismo con el que se expresan, escribiendo o vociferando frases tan despectivas y llenas de odio, que no reproduciré porque no merecen absolutamente ningún eco, surge a raíz de la indignación y la rabia que sienten debido a los bloqueos. Es una reacción “justificada” dicen. No nos dejemos engañar. Ese racismo virulento no es algo que surge desde la emocionalidad del momento o la desesperación. Ese resentimiento es antiguo. Ese desprecio es heredado de generación en generación y está profundamente arraigado a su discurso y a su mentalidad. La élite caleña – al menos la que yo conozco- siempre ha sido racista. Siempre desconoció y rechazó sus raíces indígenas y negras.

Hago estas afirmaciones porque lo viví durante toda mi niñez y adolescencia. Como hija de profesora de colegio privado, tuve el privilegio de cursar toda la primaria y el bachillerato en uno de los llamados “mejores colegios” de Cali. Un colegio ubicado al sur de la ciudad, en el mismo barrio cuyos habitantes se sienten en la potestad de sacar sus camionetas Toyotas blindadas y armas a las calles, disparando e insultando, como si fueran los capataces de una finca imaginaria llamada Cali, de la cual se creen dueños y señores. Lo peor, es que esto tiene algo de veracidad, porque son esas mismas élites, las que, por años y años se han venido robando los territorios en los departamentos del Cauca y el Valle del Cauca.

Ahora insultan y disparan de frente, respaldados por su buena fe católica, por su delirante sentido de supremacía y el discurso guerrerista de su gurú de cabecera el expresidente Álvaro Uribe Vélez. Gente de bien hablando de “Indios cocaleros” en un barrio fundado por la cocaína, el sicariato y el lavado de dinero.

Detengámonos un momento en esta bella paradoja.

Recuerdo con aversión la manera como en la casa de muchos conocidos del colegio, las señoras del servicio (la mayoría indígenas o negras) vestidas con uniformes que recuerdan a la Alabama del siglo XIX, eran tratadas con despotismo y beligerancia por padres e hijos. Casas donde la “servidumbre” nunca se sentaba en la mesa del patrón y las habitaciones de las empleadas internas parecían ratoneras. Nunca lo entendí muy bien. En mi casa, a la señora que nos ayudaba una vez a la semana con el aseo, le decíamos Doña y se sentaba con nosotros a la mesa. A lo largo de los años se convirtió en Familia.

Estuve en casas en las que comentarios como “negro ni el teléfono” no eran raros y las burlas por la manera de hablar, el pelo o las costumbres, se hacían en voz alta, sin importar quién estuviera escuchando. Recuerdo este y tantos otros comentarios y episodios grotescos, y se me ponen los pelos de punta. Siento asco, indignación. Juzgo a mi yo niña y a mi yo adolescente por no haber abierto siempre la boca, por no haber pronunciado con contundencia lo que pensaba, por respeto a mis amigos o a sus padres. Supongo que no tenía la suficiente valentía o la conciencia social que tengo hoy.

Pero quien escribe no es ninguna niña, ninguna adolescente. Viajé por el mundo, estudié, me eduqué, aprendí tantas cosas, privilegiada, mil veces privilegiada, y hoy no pienso quedarme callada ni rendirle pleitesía a nadie. En ese sentido, soy radical en mi pensamiento y denuncio que no respeto ni apoyo, bajo ninguna circunstancia, el accionar de los habitantes de Ciudad Jardín y Pance, ahora organizados en un grupo de más de 120 personajes, llamados “Cali fuerte”, armados de MiniUzis, GoPros en el pecho, chalecos antibalas, Walkie Talkies, Camionetas blindadas y placas cubiertas. A todos estos vikingos valerosos, europeos nórdicos, les recuerdo que tienen sangre negra e indígena que corre por sus venas. Que le están disparando a sus ancestros y que, aunque no quieran, son producto de un mestizaje bello que deslegitima absolutamente su accionar y su discurso. Abracen su historia y honren a sus antepasados. No son superiores a nadie. Es más, históricamente son ellos, los indígenas, los dueños legítimos de todo el territorio nacional.

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* A lo largo del cual se han documentado 37 manifestantes asesinados por la policía, 1443 casos de abuso policial, 12 casos de abuso sexual por parte de la policía, 963 arrestos arbitrarios, 980 desaparecidos reportados (109 aún en búsqueda) y un capitán de la policía asesinado (@laorejaroja – Medio alternativo de información).