22. November 2021 von Maria Jesus Beltran Brotons
Aurora Venturini sintió prisa cuando se puso a redactar “Las primas” (Barcelona, Caballo de Troya, 2009), de manera que, si ponía signos de puntuación al texto que estaba tecleando en su máquina de escribir, se le iba la idea.
Varias intuiciones me llevan a abrir la entrada de hoy con esa afirmación tan tajante. En primer lugar, la edad. Cuando se han sobrepasado los 80 y se tienen aún muchas cosas que decir como era el caso de Aurora Venturini (1922 – 2015), acucia encontrar huecos en la sociedad para plasmar lo que se lleva dentro (“Soy una entidad rara que solo quiere escribir”). Cuando su secretaria le mostró la convocatoria del premio Nueva Novela de Página/12, Aurora se puso manos a la obra. Por primera vez escribiría una novela completamente a máquina y casi de un tirón (tardó dos meses, finalizó dos días antes de acabar el plazo de entrega).
Mi segundo presentimiento, relacionándolo con la búsqueda de huecos, es que ella tenía conciencia de que lo que hacía poseía un valor intrínseco. Aurora Venturini, cuando -digámoslo así- saltó a la fama con el premio Nueva Novela de Página/12 en 2007, llevaba ya publicados más de 30 libros en editoriales poco conocidas, periféricas, lo que ponía un cendal entre su obra y el gran público: ella quería transparencia y comunicación.
En tercer lugar, el tema de la familia, ese gran filón para miles de artistas. La de Aurora era monstruosa, como llegó a decir ella misma tantas veces. Si la creación de Las primas bebe de experiencias propias, el sortilegio de la ficción funciona.
Para entrar en lo que hoy deseo comentar, les resumo la novela, en abstracto y en pocas palabras: Las primas cuenta la historia de una mujer artista que utiliza palabras performativas para ir desprendiéndose de las personas-lapas que la rodean. Su objetivo último es alcanzar la normalidad en medio de un contexto no normal (a veces quisiera ser normal del todo, nos recalca ella misma) y dedicarse a la pintura.
La novela está dividida en tres partes. En cada una de ellas aparecen capítulos de pocas páginas con sus epígrafes orientativos sobre el tema tratado o la fase del relato, lo cual contribuye a que la lectura discurra como el agua de un río en terreno llano.
Como profesora de lengua española en la Freie Universität de Berlín, me ha interesado en especial el valor añadido que adquieren los signos de puntuación a lo largo de todo el texto de ficción. Y como docente de literatura quiero destacar cómo la voz narradora desarrolla un lazo de complicidad con quienes sostenemos el libro entre las manos y nos adentramos leyéndolo en su historia.
Reconozco que existen otras y muy idóneas lecturas de Las primas, pues esta pequeña gran novela da mucho de sí, pero aún me encuentro envuelta en la labor docente y son esos dos aspectos (puntuación significativa y complicidad) los que a día de hoy me interesa señalar.
“Si pongo el signo se me va la idea”
En el texto de Las primas los signos de puntuación se elevan al pedestal de significado. Una coma, un punto, un punto y coma no son aquí silencios, como en música. Son obstáculos que interrumpen el flujo del pensamiento. Y el texto creado en esta novela se presenta como comunicación discursiva de las muchas ideas de la joven artista. Su problema es que utilizar los signos cansa y confunde:
Ah… los puntos… fatigan pero adentro de la cabeza ponen ideas tantas que se atropellan y luego ya no sé qué era lo que tenía interés de aclarar …
Yuna, la narradora, no se puede permitir usar puntos y comas porque se pierde en un cúmulo de visiones y pensares que le provocan dolor en su cerebro, que según nos confiesa, es lo más enfermo y debilucho de toda mi inútil familia. Pero, a fin de cuentas, veremos que son necesarios, pues el objetivo último al que aspira es la llamada normalidad, y en esta los signos de puntuación son propios de la escritura.
Yuna diferencia entre lo que lleva por dentro de mi psiquis de su parte exterior tan distinta: la boba de afuera que hablaba sin punto ni coma. Y nos explica que si pone esos signos pierde la palabra hablada, esto es, se traba en la comunicación. Porque lo que fundamentalmente le interesa es que la entiendan, que la entendamos. Ella necesita sacar palabras sin pensar, sin el estorbo que suponen los signos de puntuación, porque así no se deja atrapar por cómo son las palabras:
… quedaba boquiabierta pensando que existían palabras gordas y palabras flacas, palabras negras y blancas, palabras locas y criteriosas, palabras que dormían en los diccionarios y que nadie usaba. Aquí por ejemplo usé comas. Y puntos. Pero ahora debo salir al patio a respirar …
La conciencia de Yuna
Hacia la mitad de la primera parte de la novela, que funciona como obertura operística, retablo de maravillas truculentas, aparece con nitidez la conciencia de Yuna, pintora, de que está componiendo con palabras un personaje en su relato. En el capítulo titulado Cómo era mi tía Nené, dice Yuna de ella que:
Nené tocaba la guitarra de oído, para tocar la guitarra lucía una vincha azul y blanca y odiaba a los gringos. Las ideas se me desparraman cuando intento describirla, son tantas y tontas pero justo es reconocer que se trata de un personaje.
El hecho de combinar textualmente una vincha con el odio a los gringos parece excusado con la aclaración de que se le desparraman las ideas. Además, la simpática combinación de tantas y tontas pone en solfa el mero hecho artístico de querer caracterizar a un personaje.
La complicidad
Otro aspecto de la narración que destaco hoy es cómo la voz narradora va estableciendo un respetuoso contacto directo con la persona que lee el texto. Quienes estamos del lado de acá de la escritura, al leerla, la visualizamos a ella y su entorno a través de las palabras porque nos habla directamente, nos convierte en interlocutores obligándonos con fina elegancia a escucharla. Nos apela:
Recuerden que cuando puntúo debo descansar y el lugar de mi cabeza se repleta de formas y de ideas que de seguir mirando el punto nada me saldría.
Ella sabe que resulta molesto no hacer las pausas necesarias para alcanzar la comprensión y por eso nos pide disculpas:
… solucionaré estas molestias que deben entorpecer la lectura de lo que escribo y a usted lector a quien pido mil perdones …
Este recurso se convierte en complicidad cuando nos halaga porque sabe que se está quedando cada vez más sola y nos necesita. Perdernos sería fatal. De este riesgo ella es consciente:
Ya no diré que me cansan los puntos y comas porque voy a quedar ridícula y van a dejar de leerme aquellos buenos lectores que simpaticen conmigo.
Confiesa su esfuerzo por aprender, mejorar poniendo puntos y comas en los lugares que hagan falta para que la sopa de letras no se descomponga:
Trataré de aprender a colocar comas y puntos porque todo lo escrito se me viene encima como si me volcara un plato repleto de fideos sopa de letras y al lector acaso le ocurra lo mismo pero todo de una sola vez no puedo y también tengo que aprender el tema de mayúsculas y acentuaciones.
Con voluntad todo es posible
Sí, Yuna (Aurora) es reina de la voluntad: llega a construir una obra de arte contando una bella y terrible historia de superación, sin ápice de falsa modestia envolviéndonos en ella. En el capítulo titulado Una nueva amistad que puede durar, aunque en la ficción se esté refiriendo a un nuevo personaje que aparece hacia el desenlace, podríamos interpretar que la nueva amistad es la que se está estableciendo entre la autora y las personas que leemos sus obras, pues nos está mencionando e interpelando:
Los lectores admirarán mis adelantos en escritura aunque todavía no acierto puntuaciones pero prometo corregir lo de las puntuaciones y deben disculparme porque todo a la vez no es posible y en poco tiempo he corrido tanto como Maratón. Creo ser culta. Seré más culta si mi naturaleza endeble lo permite.
Ah, los diccionarios, esos grandes tesoros
Las palabras duermen en los diccionarios y Yuna, con su honradez peculiar, nos avisa en el texto poniéndolo entre paréntesis siempre que ha utilizado una palabra que no forma parte de su vocabulario y que utiliza después de haberla despertado del diccionario. Al principio es explícita. Veamos solo tres ejemplos:
… lo gracioso del caso y acá me río aunque sea pecado por lo absurdo (palabra del diccionario), y lo absurdo resulta del resbalón de tía Nené …
… aunque tampoco comprendo el dicho intuyo (palabra del diccionario) que concuerda con el parlamento de mi prima …
… No sé por qué una sombra de duda que después pinté en un cartón sesgó (palabra del diccionario) el ambiente …
Más adelante reduce el contenido del paréntesis informativo:
… sentimientos o alegoría que después vertía en mis obras ya que yo significaba un nexo (diccionario) entre algo y alguien …
Hasta convertirlo en una sombra:
… Y mientras elucubraba (ídem) estas tonterías me pareció ver pasar por la esquina …
… vi que por la calle paralela (ídem) un señor empujaba un cochecito …
Sesoral no está en el diccionario
Ahora bien, hay una palabra oída que Yuna no encuentra en el diccionario, por lo que tiene que recurrir a la inquisición personal:
Busqué denodadamente el significado de sesoral en el diccionario y por primera vez me falló la investigación, no me quedaba más recurso que recurrir a preguntar persona a persona a Petra qué era sesoral.
Esta palabra, que es acto, resulta tan importante para la trama que le da título a un capítulo (El enigma del sesoral) y arranca una buena porción de socarronería al discurso.
Les invito a que lean y descubran.
Coda
A quien todavía no conozca la obra de Venturini, recomiendo leer, para iniciarse, el artículo de otra grandísima escritora argentina, Mariana Enríquez, titulado Mis monstruos (cliquee aquí).
Mariana Enríquez también escribe un espléndido resumen-comentario de la novela en estas páginas: La espectacular literatura deforme de Aurora Venturini, texto que constituye el prólogo a la edición de Planeta.
De ambas escritoras argentinas, Venturini y Enríquez, nos seguiremos ocupando en estas Letras en Danza, porque no son tango, ni se adoban en salsa, ni giran como en un vals. Son autoras de buena literatura que nos alimenta como el aire que respiramos, a veces en las urbes, otras en cavernas: textos que nos remiten a nosotras mismas y nos laceran.
© María Jesús Beltrán Brotons