Nos remontamos hoy al año 1979, momento en que ve la luz la primera novela de Rosa Montero (Madrid, 1951) titulada Crónica del desamor. Nos situamos en Madrid, el ojo del huracán de la llamada Transición española, ya estudiada en estas latitudes (cliqueen aquí si les interesa la referencia).
Este año, hace tan solo un par de semanas, la autora, junto a Pastora Vera, ha presentado en Madrid su última novela, La buena suerte, en medio del embrollo de la pandemia.
Entre una y otra publicación median 41 años muy prolíficos para la periodista y escritora madrileña.
La entrada – la reflexión – de hoy viene impulsada por un detalle no menos que curioso: el descubrimiento de un anonimato narrativo masculino observado en ambos comienzos, tanto en Crónica … como en La buena suerte.
Hace unos días estudiamos en clase el uso de la lengua en la primerísima página de Crónica del desamor: Se trata de un texto compuesto por dos escuetos diálogos en los que intervienen una mujer y un hombre. La novela se abre con una petición de alguien (Oye, Ana, ¿puedes hacer los pies de estas fotos?) y la réplica de Ana, que con un ni hablar se niega en redondo: son las 10 de la noche y alguien la está esperando.
Se sabe que Ana está hablando con un hombre porque en su intervención incluye un apelativo “guapo” (lo cual no significa que lo sea) y una exclamación: “hombre”. En el segundo diálogo o más bien, breve intervención, Ana accede (-Trae, anda, pero en cuanto termine esto me voy, ¿eh?).
Entre el “ni hablar” y el “Trae, anda” leemos una precisa y detallada descripción del espacio laboral donde se encuentran ambos en ese momento: unas oficinas en la redacción de un periódico donde esos personajes están trabajando entre una sucia espuma de folios desechados, de fotografías dobladas, de colillas de tabaco, de vasitos de plástico pringosos con café reseco. La máquina de cafés …
En esta apertura de novela ella es Ana. Pero él, de momento, no lleva nombre, lo cual me permite utilizar a este hombre como a toda la humanidad de hombres.
Hoy, en el año 2020, me vuelve a llamar la atención otro anonimato narrativo-literario.
Ese hombre lleva sin levantar la cabeza del portátil desde que hemos salido de Madrid.
Así se abre la última novela de Rosa Montero que mencioné más arriba: La buena suerte. En todo el primer capítulo (que lo es a pesar de no llevar epígrafe ni numeración), el protagonista aparece mencionado nada menos que 18 veces con “ese hombre”. Dicho así de golpe la repetición resulta espantosa, sin embargo, considerando que este personaje va a ser el protagonista y que a pesar de ser famoso en su ámbito profesional quiere pasar desapercibido, el anonimato reforzado por el deíctico “ese” le otorga sentido literario.
La descripción de su aspecto externo es exhaustiva, así como la proyección simbólica de su aparatosa forma de ocupar un espacio en el mundo. Veamos algunos ejemplos:
Si nos fijamos bien, ese hombre debería ser llamativo, atractivo, el típico varón poderoso y conocedor de su propio poder. Pero hay algo en él descolocado, algo fallido y erróneo. Una ausencia de esqueleto, por así decirlo. …
Ese hombre se pone en pie, revelando que es mucho más alto de lo que parecía; …
… ese hombre no se recoloca la ropa, como tanta gente hace automáticamente al levantarse.
Entre ambos “hombre”, el de Crónica … y este actual sin “esqueleto” ha corrido mucha tinta. Ambos personajes serán bautizados literariamente, poco después de estos comienzos. Pero lo que importa a fin de cuentas es qué forma de estar en el mundo nos transmiten:
Aquel guapo de 1979 era un estúpido machista retratado con solo una intervención punzante (lo que sufrís…). Este hombre de 2020, al que percibimos de forma más que visual – durante todo el comienzo la exposición resulta cinematográfica -, capta al cien por cien la atención precisamente por querer borrarse del entorno: se encapsula y se desenvuelve solo dentro de su piel como si esta fuera el límite de su vida.
Atención: a ESE HOMBRE, aunque sea anónimo …
… lo estamos mirando.
<-0-0-0-0-0-0-0-0-0-0-0-0-0-00-000-0000-000-00-0-0-0-0-0-0-0-0-0-0-0->
ANOTACIÓN
Estos son los diálogos completos del comienzo de Crónica del desamor con la traducción al alemán, producto de varias discusiones y posturas divergentes del maravilloso grupo Aufbaumodul 3,1:
—Oye, Ana, ¿puedes hacer los pies de estas fotos?
—Ni hablar, guapo, que son las diez de la noche, que me está esperando el Curro, hombre.
…..
—Trae, anda, pero en cuanto termine esto me voy, ¿eh? Que tengo que recoger al crío.
—Lo que sufrís las madres, Dios mío, sobre todo las solteras.
—Ja. ¡Qué ingenioso!
– Ey Ana, kannst du dich um die Bildunterschriften kümmern?
– Von wegen, Alter, es ist zehn Uhr abends und Curro wartet schon auf mich.
…
– Na gut, gib’s her, aber danach geh ich, ja? Ich muss den Kleinen abholen.
– Mein Gott, ihr Mütter habt es schwer! Vor allem die Alleinerziehenden…
– Haha, sehr witzig!
María Jesús Beltrán, Freie Universität Berlin
Agradezco a Adrian Bröking por haberme proporcionado la imagen que ilustra esta entrada.
Tags: MÁS QUE PALABRAS