El sábado pasado les indiqué que merecía la pena leer las 958 palabras que constituyen el relato de Iban Zaldua titulado Bibliografía. Si todavía no se han sumergido en ese universo de ficción, deje en suspenso el texto que les ofrezco hoy y dedíquenle a Bibliografía la atención plena que merece: aquí está cliqueando estas palabras.
Celosías
Titulo la entrada de hoy CELOSÍAS E IDENTIDADES porque la configuración de la trama convierte el texto en una celosía de palabras a través de la cual es posible divisar aspectos biográficos de personajes: intuimos retales de vidas.
La historia atrapa enseguida la atención: El protagonista parece ser un libro, -en concreto una novela-, objeto que recorre como hilo de Ariadna el argumento e hilvana la trama dejando abiertas varias incógnitas.
Existen huecos de información, por lo que a la fuerza el centro de atención se ha de desplazar hacia otros espacios. Por ejemplo, en ninguna parte del relato aparece el título de la novela, y eso que el libro va pasando de mano en mano a lo largo de las 958 palabras. Tampoco se llega a saber quién es el autor, personaje ausente de la trama, pero de apellido homónimo al de uno de los personajes. Sí aparece mencionado el aspecto externo de la cubierta color gris perla; ahora bien, su contenido no se revela, solo el efecto que produce su lectura en algunos de los personajes por cuyas manos pasa en algún momento de sus vidas.
Al abrirse la historia dos miradas enlazan vidas dispares: la que el llamado presunto terrorista dirige atónito a su torturador, el cual a su vez está ensimismado leyendo la misma novela que al primero le apasionó hacía poco. En su entusiasmo lector ellos se aíslan de lo que ocurría a su alrededor; literalmente en el caso del presunto terrorista, y en la apariencia actual en el policía, quien no se ha percatado de que la persona torturada ha vuelto en sí, se está moviendo y se atreve a mirarlo.
La lectura concentrada, el fenómeno que supone sentirse atrapado por lo que se está leyendo, vincula a estos dos personajes cuya función en el relato es antagónica; aun así, la pasión lectora los aúna. Pero ¿por qué se extraña el presunto terrorista de este hermanamiento lector? ¿Por el contenido de la novela, por el autor, por el mero hecho de que un torturador esté leyendo una novela en un descanso de su violenta actividad? No lo sabemos.
El libro que el policía sostiene en sus manos y lee – con gusto por primera vez en su vida-, procede de una incautación realizada en una celda de prisiones por su novio, un funcionario al que sí le gusta leer y comentar las obras. Por eso le ha regalado el libro a su pareja, con la esperanza de que hablarán de él cuando se vuelvan a encontrar.
Antes de haber pasado por la celda donde lo requisaron, este libro había vivido su propia peripecia: había sido robado de la biblioteca municipal, donde una mujer que cumplía su obligación laboral quiso leerlo más tarde y nunca pudo. La joven, que se lo llevó sin permiso, intentó venderlo sin éxito para financiarse droga, de manera que el libro acabó en casa de su antiguo novio, del que ella no quiere volver a saber nada. Junto a esta pareja de drogadictos y pequeños criminales, el valor del libro se transforma en una caja de caudales simbólica: guarda en su contenido los recuerdos -las fotos- de unas vacaciones en el Mediterráneo que la pareja de ladrona y preso habían pasado juntos.
Identidades
Los personajes-personas de Bibliografía son mencionados de diversas formas: su identidad se irá plasmando en aumento de personaje en personaje: el primero es “El presunto terrorista”. Y atención: no se trata de un terrorista cualquiera, sino que es “el (presunto) terrorista”, es decir, “él”, un personaje conocido para quienes lo interrogan y torturan. Por el contrario, para quien lee esta historia carece de identidad. En relación con su persona se describen emociones: además de sufrir físicamente, le asalta el recuerdo de la pasión que sintió al leer la novela, la misma que su torturador parece sentir ahora. Tan vivo es el recuerdo que ha olvidado las preguntas del interrogatorio.
El policía tampoco es presentado con su identidad propia: un número y una letra lo definen. El conocimiento de la identidad del tercer personaje va acercándose a la revelación, pues al menos se ofrecen las siglas: A.J.C., y su relación con el personaje anterior: son novios. Este A.J.C.encontró la novela en la celda de un preso de cuyo nombre no se acuerda, ni de su cara ni de si el registro tuvo éxito o no. Sin embargo, se identifica al preso con su nombre de pila: Pedro.
Conforme aumenta la mención de la identidad se trastoca el interés de las personas por el contenido del libro.
El siguiente personaje ya aparece, vinculado a Pedro, con nombre de pila y primer apellido: Sara Fuentes. Se sabe algo más de su vida, no solo por su retrato en las fotos guardadas entre las páginas, sino también que ha vuelto a vivir a casa de sus padres; que odia haber convivido con Pedro y que ha dejado atrás una vida dependiente de drogas duras y acciones criminales.
Si el impacto que produce el libro y el uso que se hace de él mientras cambia de dueños es irregular, la identidad de los personajes-personas se va revelando a cuentagotas en un crescendo que culmina con la muerte trágica de quien sí es identificable a través de su nombre completo. La trayectoria de las etapas del libro en retrospectiva ha llegado a su fin con la muerte de la bibliotecaria: Alicia Fernández de Larrea.
Esta es su identidad, tal y como aparecería en una lápida.
Al final, la vida continúa de una manera anónima, anodina: el policía cierra el libro y se levanta, el presunto terrorista recuerda la leve alegría que sintió al comprar la novela porque sabía que le haría bien leerla (pasar una mañana entera junto al escaparate de aquella cafetería) mientras estaba apostado observando el lugar donde iba a explotar la bomba cuyos efectos colaterales destruirían la vida de alguien que quiso leer y no alcanzó a hacerlo.
© María Jesús Beltrán Brotons, Freie Universität Berlin
Colofón
Aquí les transcribo el comentario de Fabienne Szücs, una estudiante de Hispánicas de la Freie Universität, a la que le ha interesado en especial el tema de la identidad en este relato de Zaldua. En nuestras discusiones en clase Fabienne se expresó como sigue:
En mi opinión, la ocultación de los nombres no es una manera de quitar las identidades de los personajes, sino de protegerlas. Sin importar quién es delincuente y quién víctima, ya que todos son víctimas de las circunstancias a las que se ven expuestos. Cuando el policía 76635-Q tortura al terrorista vemos el acto de torturar escondido tras este nombre en clave. Es decir, trabaja en un entorno que infringe esta violación de los derechos humanos y evaluamos la situación en este contexto. Pero si el policía se llamara Fernando, percibiríamos la situación de forma diferente aunque la persona no cambia.
Fabienne Szücs
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