Claro está -y todos lo sabemos- que Jonás no muere en el mar. Su caída al agua es el comienzo de una etapa fundamental en su viaje, en su recorrido vital. En este momento de la narración en el que vemos al profeta “encogido en su corazón y en su ánima”, la cita inicial que abre el libro EL VIAJE DE JONÁS adquiere sentido completo:
«Para una herida interior, la cosa más soberana del mundo
es aceite de ballena»
W. Shakespeare, Enrique IV, I parte.
Jonás entra en el mar profundamente afligido y apenado (“herida interior”). El alivio para su dolor se le ofrece en forma de olor de “aceite de ballena”. En efecto, el lugar por donde transita descendiendo hacia las profundidades del mundo huele a sal, pescado y aceite: No veía nada absolutamente, y sólo de vez en cuando llegaba a su nariz un intenso olor a sal, a pescado, a aceite, y también a algas marinas (p. 83).
El espacio adonde llega Jonás dentro del agua del mar en un recorrido descendente, a lo profundo de las profundidades, lo percibe el profeta por el olor, aunque a continuación se pinta con palabras y va configurándose por la negación: es un lugar
donde no hay luz ni sombra, ni sonidos ni forma, ni tierra firme ni agua, y nada de criatura alguna
(p. 87); un espacio definido entonces tanto por la negación de lo que se percibe por los sentidos -vista, oído, tacto-, como por la ausencia de seres vivientes.
El no-espacio material en que el profeta se encuentra, se entremezcla y combina con otro espacio inmaterial, el de los adentros de Jonás, pues se dice que le rodearon las aguas hasta el alma, le cercó el abismo. Su interior se iguala a lo que le rodea en el exterior de su persona: la ausencia de formas, sonidos, tierras y aguas, se asimila al desfallecimiento en su interior, el de su ánima: Jonás perdió pie y no sabía adónde asirse.
El vacío donde Jonás siente perder pie en sus adentros y el del espacio donde se encuentra, también tiene lugar en su mente, ya que no acierta a componer ninguna idea en su cabeza (p.83). Es más, Jonás pierde la capacidad de percibir su entorno por los sentidos:
… y ya los ojos no le valían para ver, ni la boca para gustar salobre o dulce, ni la mano para palpar áspero o suave, ni oído para oír palabra, ni sílaba de palabra, ni letra vocal o consonante; ni llanto, ni silbido ni jadeo, ni grito; ni imaginación ni memoria.
(pp. 88-89)
Exterior e interior, percepción por los sentidos o el intelecto, todo es pérdida o ausencia, total despojamiento, es decir, ya todo es nada. Aquí llegamos a un primer momento crucial de la novela en la trayectoria vital del protagonista. Ahí, en el fondo de la nada, en el arcano de los adentros del mundo cerrado con cerrojos, y sellado con sellos de lo Alto, es donde Jonás hace memoria de YHVH, donde le recuerda. E inmediatamente Jonás es reconstruido y sacado de la fosa donde no había sido ni existido. En este momento, la primera acción del profeta es el agradecimiento expresado como un gran clamor de gratitud (p. 89).
El paso de Jonás al fondo del mar y la estancia en el lugar que no es, en la no-nada, tiene su equivalencia o correlación, en el capítulo La ballena de la novela de Jiménez Lozano titulada El mudejarillo (1992). En esta narración se dice que a fray Juan (se refiere a Juan de la Cruz), protagonista de las narraciones, se lo tragó la ballena. Se trata del capítulo correspondiente a la etapa de la vida de Juan en la que está recluido en la cárcel, donde sufre privación. En la descripción del lugar adonde llegan ambos protagonistas –Jonás y Juan– hay un movimiento descendiente: Jonás llega a un lugar que está por debajo de los cimientos donde se sostiene el mundo. A fray Juan, se dice explícitamente que se lo traga la ballena, animal que
desciende a las aguas que están debajo del mar y a las raíces y fundamentos de la tierra que van a dar allí.
(El mudejarillo, p. 88)
Jonás, por su parte, tiene la
sensación de desplazarse como en una embarcación y se desliza como por un
plano inclinado como de un tobogán de juego
(El viaje de Jonás, p. 83).
En el capítulo titulado La ballena en El mudejarillo, Juan no aparece él mismo como personaje que ve y siente –como ocurre con Jonás-, sino como sujeto paciente al que se lo traga la ballena (Ya poco de esto fue cuando a fray Juan se le tragó la ballena – p. 88), y luego se dice que “no quedó rastro de Juan”: se pierde presencia y luego el rastro exterior del poeta; y a continuación, desaparece todo lo que es y está materialmente en el mundo visible que le rodea y que forma parte de su sentir.
La manera en que está narrado el despojo y la llegada de ambos personajes a lo que no es, se plasma en ambas narraciones de forma distinta: En la novela El viaje de Jonás, cuando el profeta cae al agua es él el centro de atención desde el cual van desapareciendo formas y sentimientos percibidos a través de los sentidos o bien porque son captados mentalmente. El mismo profeta se da cuenta de que está dentro del vientre de la ballena del mundo (p. 87), todo lo que no es se percibe desde la perspectiva del personaje Jonás, quien, llegado el momento, hace memoria y clama agradecido.
La desaparición de todo lo existente, en el caso de Juan, se presenta materialmente en la novela El mudejarillo a través de un procedimiento que consiste en el despojo de palabras y letras en las páginas del capítulo La ballena. Primero, desaparece la persona engullida por la ballena. Luego no queda ni rastro de ella: Ni rastro de hombre. Ni de los animales que escucha y le acompañan:
Ni rastro de pájaro.
Ni rastro de grillo.
Ni rastro de alondra.
Después se presenta la desaparición total de objetos y sonidos relacionados con el personaje Juan:
Ni rastro de papeles.
Ni rastro de aes
Ni rastro de ¡ay!, ni nada.
Y ya por último son las mismas palabras las que van desapareciendo:
Ni rastro de nada.
Ni rastro de sombra de nada.
Ni rastro de sonido de nada.
Nada.
Ni rastro de n.
Ni rastro de a.
Ni rastro de d.
Ni rastro de a.
Nada.
(El mudejarillo, pp. 88-89)
El siguiente capítulo de esta novela se titula: Ni rastro de nada, (p. 90) y el capítulo completo es una página en blanco. El poeta no solo ha desaparecido de la narración, de la historia de su vida en la novela; también ha desaparecido físicamente del libro.
La página en blanco es el arcano de los adentros del mundo, el no-espacio vivido por Jonás y Juan, a partir del cual ambos hacen memoria del mundo. Los dos protagonistas utilizan la palabra, después de salir de los arcanos del mundo, para pintar con palabras. Juan lo hace en el capítulo Canciones, donde
tenía mucha prisa en decir lo que había visto y oído en poder de este monstruo el tiempo que le había estado paseando por su vientre, que era un laberinto de muchas y maravillosas cosas y de versos de amor y de una fuente, un jardín, una noche.
(El mudejarillo, pp. 96-98)
(Continuará)
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