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EL VIAJE DE JONÁS (IV) ____________________ JONÁS, ESCRITOR

Cuando Jonás -en la novela de José Jiménez Lozano- se encuentra en Jope buscando una embarcación que lo aleje de su tierra natal, encuentra a un joven judío, que habla varios idiomas. El chico ha recogido una llave que se le ha caído al profeta, y se la entrega. Se trata de

la llave de su arquetilla en la que tenía guardadas sus escrituras.

(p.58)

De ahí que sepamos que Jonás escribe, y guarda en una arqueta, es decir, un cofre pequeño, lo que escribe.

Además, sabemos también que Jonás dedica poemas a Micha, aunque ella los desconstruye o simplemente, enfadada por otras cuestiones domésticas de la vida hogareña, los hace mil pedazos. Por eso podemos afirmar que también la palabra escrita forma parte integrante de la vida del profeta.

En la novela El viaje de Jonás se cuenta que después de cumplir el profeta con su misión en Nínive, este regresa a su hogar, si bien no directamente. En un alto en el camino, se tumba bajo un ricino a descansar. Este árbol desaparece en el lapso de tiempo de una noche y al despertar Jonás se encuentra de nuevo en un “no-espacio”, es decir, con la ausencia del ricino. El profeta siente de nuevo una  mordedura de su ánima pues se acordaba del verdor y la estatura del ricino. En el diálogo posterior que mantiene con la Presencia (capítulo XVII), Jonás muestra su cólera, su enfado por el perdón de lo Alto a los ninivitas, quienes arrepentidos ya distinguían su mano derecha de la izquierda. Pero en un tira y afloja del protagonista con la Presencia, Jonás cede por fin medio a regañadientes, y expresa su perdón.

Sin embargo, en esta conversación, queda en el aire una pregunta de la Presencia sobre si Jonás daría su bastón a los ancianos de Nínive a quienes les haría más falta que a él. Otra pérdida más, esta vez material, aunque con sentido personal simbólico para el profeta. El bastón es en esta historia de la novela, una referencia física y de identidad que Jonás mantiene con su yo de profeta. Con el hecho de desprenderse de su bastón – o siquiera la posibilidad de hacerlo- percibimos una nueva pérdida física o simbólica del personaje, quien, para ponerse a realizar su labor, tiene que desprenderse de todo lo personal.

Todos estos aspectos contribuyen a que el lector configure en su interior, en su percepción (en alemán decimos tomar lo verdadero: Wahr-nehmnug) al personaje de Jonás en las páginas de la novela. Pero esto no es todo.

Si consideramos el conjunto de escritos de Jiménez Lozano como una obra coherente en su totalidad, que a mi entender lo es, podemos establecer un diálogo o continuación entre el final de la historia de Jonás en la novela y el poema titulado ASÍ SE HIZO ESCRITOR JONÁS, PROFETA, publicado en EL TIEMPO DE EURÍDICE, en 1996 (pp. 211-213). En los primeros versos de este poema se recoge la experiencia acumulada por Jonás en su trayectoria vital a través del verbo “saber” y se le sitúa en el “no-espacio” del ricino:

Cuando se secó el arbusto, que le daba sombra,

supo Jonás que el mundo es vano,

mentiroso, cruel, un haz de víboras

Jonás, en los versos, ruega “para que ese mundo fuera destruido, / reducido a ceniza”. Es decir, se da una protesta, una indignación por su parte. Entonces aparece también aquí una especie de Presencia, un ángel que le toca el muslo y le deja cojo. La consecuencia es que Jonás tiene que quedarse en casa una larga temporada. Al cabo del tiempo, aparece un ángel en su hogar y lo acompaña. Con esta compañía Jonás empieza a ver el mundo de nuevo:

Vino de nuevo para jugar con él a las canicas,

machacar ladrillo, pescar renacuajos,

mirar ojos de muchachas

y también los de las hormigas

al microscopio, y estrellas, abedules,

gatos, pájaros silenciosos,

¡tanto mundo!

Tenía que colocar a cada cual, a cada cosa,

 A todo quisque en su sitio verdadero,

Entonces el ángel, antes de marcharse, le ordena escribir. Jonás escribe, temblando al hacerlo, porque “sabía que podía construir un mundo / y tenía que poner cuidado / no fuera como éste”. Escribe a la sombra de la “calabacera muerta”, y entendemos que lo hace desde el despojo total del propio yo: “al narrador se le exige que renuncie a su yo”, J. Jiménez Lozano en El narrador y sus historias, (2003, p. 178); y desde la memoria

… un autor lleva a cuestas sus lecturas y la interiorización de éstas, la interiorización de la cultura en que vive y a la que pertenece, su conversación en los adentros con otras culturas y las culturas de otros tiempos, sus experiencias, sus sueños y su memoria, pero entrelazados con los de los demás. Su memoria es la memoria de todo eso en realidad, y no el estricto acervo de sus recuerdos personales …

(El narrador y sus historias”, p. 179)

El espacio de la escritura es una página en blanco en el sentido material, y en el físico y mental del escritor, un despojarse de todo lo que es yo. Escribir presupone por lo tanto un despojarse de todo lo personal.

Después, el escritor realiza un viaje a los adentros: “una narración se ve y se escucha en los adentros”, (El narrador y sus historias, p. 179).

Jonás, escritor, pintará el mundo con palabras al igual que que lo hace el dibujante egipcio a quien el profeta visita en su tienda que estaba totalmente apartada para que le dejaran dibujar en paz; con el silencio que necesitaba (p. 33). Este dibujante lleva en la frente pintado un grande y muy hermoso ojo de color azul claro. Jonás se fija en él y el dibujante le explica que

– Éste es el ojo para ver las lejanías, que me pintó mi maestro de hacer mapas, poco antes de morirse, para que recordase el pasado, y pudiese también pintarlo aunque no se viese; porque allí debía de estar, y estaba.

(El viaje de Jonás, cap. III, p. 33)

(Continuará)

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Der Beitrag wurde am Dienstag, den 13. Mai 2014 um 07:22 Uhr von Maria Jesus Beltran Brotons veröffentlicht und wurde unter ANALIZAR, EXPLICAR, LEER abgelegt. Sie können die Kommentare zu diesem Eintrag durch den RSS 2.0 Feed verfolgen. Sie können einen Kommentar schreiben, oder einen Trackback auf Ihrer Seite einrichten.

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