Y a veces se sentaba allí a la sombra con su gata, que era muy lista y conocía a los amigos del señor Ahmed desde lejos, en cuanto los veía venir por el camino a la puerta del corral, que daba a las huertas y estaba siempre un poco entornada.
– ¡Buenos días, señor Ahmed!- decía el niño.
Y contestaba el señor Ahmed:
– ¿Qué dice el perillán?
Y allí se estaban un rato en silencio, viendo lavarse la cara a la gata o mirando a algún gorrioncillo, o las sombras que hacían los alabeos de la cal en la pared; y luego ya decía el niño:
– ¡Hasta luego señor Ahmed!
– ¡Hasta luego perillán!
José Jiménez Lozano, El mudejarillo, págs. 35-36.
Fragmento elegido por Martina Negredo, Soria (España).
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