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Lengua y Literatura en Español

III HUECOS EN LITERATURA

El detonante que me impulsó a escribir esta serie de entradas sobre el sustantivo español HUECO, su presencia en el espacio público (véase la entrada del sábado pasado II HUECOS) y en la literatura, fue el del

HUECO DE UNA ESCALERA

En las primeras páginas de la novela de Antonio Soler titulada Apóstoles y asesinos, publicada en 2016, nos adentramos en la vida privada del protagonista, Salvador Seguí i Rubinat, conocido anarquista catalán a principios del siglo XX. El Noi del Sucre vive en Barcelona con Teresa, su pareja que está encinta. Digamos que pasamos sus últimas horas domésticas con ambos. La perspectiva de narración se va alternando entre el mundo interior de él -lo que ve, lo que piensa y siente- y el de ella. Han pasado una noche de insomnio, pero sin comunicárselo el uno al otro: Él creía que ella dormía, y a ratos, ella pensaba lo mismo. Después de levantarse tampoco comparten de forma explícita el malestar que embarga a ambos: … esa mañana se levantó fingiendo encontrarse bien, de buen humor. … Ella no fingió nada.

 Después del mediodía él sale de la casa. Su salida está plasmada desde la percepción de Teresa. Ella pre-siente el peligro al que está expuesto su compañero. Ya le había pedido que exigiese protección o se quedara en casa, lo que él había rechazado. Sabemos – y esta es para un estudio narratológico la valiosa primera palabra de la novela – que ese mismo día el Noi fue asesinado en la calle. 

Pues bien, más acá de los hechos reales conocidos (Sabemos), en este texto de Antonio Soler se crea un universo de ficción en el que las miradas (Lo vio calarse …. y mirarse …) y los ruidos (oyó la puerta … la voz …) son elementos esenciales de la dramaturgia y acompañan como una orquesta la cruel separación definitiva de una pareja. Nuestra palabra del mes, HUECO, adquiere en este escenario un sentido musical in-audito: 

Lo vio calarse la gorra y mirarse de reojo en el espejo del perchero. Desde la cocina oyó la puerta que se cerraba y la voz de Seguí hablando con Perones, alejándose por el hueco de la escalera.Teresita siempre lo llamó por el apellido. Nunca por su nombre de pila y menos aún por el apodo con el que todos lo conocían. El Noi del Sucre, o, simplemente, el Noi.

Antonio Soler: Apóstoles y asesinos (2016)

Existen en la literatura escenas de un calado muy distinto en cuanto a la tensión emocional y los efectos que se crean a partir del hueco. Por ejemplo, el de este marco de una puerta que encuadra la proyección de los augustos sentimientos del protagonista en la novela de Miguel de Unamuno Niebla. Un hueco habitado, como en una pintura imaginada: 

Sonó el timbre de la puerta.

––¡Ella! ––exclamó con misteriosa voz el tío.

Augusto sintió una oleada de fuego subirle del suelo hasta perderse, pasando por su cabeza, en lo alto, encima de él. Y empezó el corazón a martillarle el pecho.

Se oyó abrir la puerta, y ruido de unos pasos rápidos e iguales, rítmicos. Y Augusto, sin saber cómo, sintió que la calma volvía a reinar en él.

––Voy a llamarla ––dijo don Fermín haciendo conato de levantarse.

––¡No, de ningún modo! ––exclamó doña Ermelinda, y llamó.

Y luego a la criada, al presentarse:

––¡Di a la señorita Eugenia que venga!

Se siguió un silencio. Los tres, como en complicidad, callaban. Y Augusto se decía: «¿Podré resistirlo?, ¿no me pondré rojo como una amapola o blanco cual un lirio cuando sus ojos llenen el hueco de esa puerta?, ¿no esta­llará mi corazón?»

Miguel de Unamuno, Niebla (1914)

U otros huecos desprovistos de sus límites naturales, que por lo tanto son verdaderos huecos huérfanos: 

Nat se asoma por los huecos de las ventanas —los marcos arrancados, sin cristales— al interior lleno de basura y de moscas. Entra, aun sabiendo que no hay nada que ver —nada bueno—, y allí, entre esos muros en los que el aire se espesa, le sobreviene una certeza insoportable.

Sara Mesa: Un amor (2020)

También encontramos huecos sostenibles, reciclados: 

—Además —dijo el Coronel mientras Yago lo instalaba cerca de la chimenea. A pesar del gran calor, siempre se hacía llevar allí, después de la cena. En lugar de fuego, Magdalena ponía una gran maceta de lilas en el hueco de la chimenea. La naciente primavera aún no había desprendido de las paredes una imaginaria corteza helada—, trae un Marie Brizard para la señorita Eva.

Ana María Matute: Demonios familiares (2014)

y otros mucho más íntimos: 

… intuye muy próximo el fin de la abuela y le impresiona bastante su rostro decrépito en el hueco de la almohada, no puede evitar un vago sentimiento de plenitud, una súbita conciencia de futuro …

Juan Marsé: Rabos de lagartija (2000)

Ponerle nombre a un hueco es una rara invención que ilustra y da categoría al espacio. Es lo que vemos en una bodega-cueva en la novela de Pío Baroja El árbol de la ciencia

Al final de septiembre, unos días antes de la vendimia, la patrona le dijo a Andrés:

—¿Usted no ha visto nuestra bodega? —No.  […] 

—Ahora, si no tiene usted miedo, bajaremos a la cueva antigua —dijo Dorotea.

—Miedo, ¿de qué? —¡Ah! Es una cueva donde hay duendes, según dicen.

—Entonces hay que ir a saludarlos. […]

Se explicaba que la fantasía de la gente hubiese transformado en duendes aquellas ánforas vinarias, de las cuales, las ventrudas y abultadas tinajas toboseñas, parecían enanos; y las altas y airosas fabricadas en Colmenar tenían aire de gigantes. Todavía en el fondo se abría un anchurón con doce grandes tinajones. Este hueco se llamaba la Sala de los Apóstoles.

Pío Baroja: El árbol de la ciencia (1911)

Reconozco que hasta estos días en que reflexiono sobre el sustantivo “hueco”, esta palabra no me había llamado especialmente la atención, a excepción de Baulücke, solar o parque infantil, que mencioné el sábado pasado, un hueco urbano que me impresionó cuando llegué a Berlín recién caído el muro. Los huecos en general, me habían pasado desapercibidos.

Pero al releer la novela Un viejo que leía novelas de amor, de Luis Sepúlveda, un hueco especial consiguió arrancar alguna sonrisa. Quien haya caminado por un lodazal o haya tenido que empujar el kayak por un riachuelo fangoso en la vecina Polonia, conocerá esta sensación de perder el calzado hundido para siempre en la tierra. Aquí les dejo con la última cita de esta semana, hasta el próximo sábado, en que rastrearemos otros tipos de huecos.

A las cinco horas de caminata habían avanza­do algo más de un kilómetro. La marcha se in­terrumpió repetidamente por causa de las botas del gordo. Cada cierto tiempo, hundía los pies en el lodazal burbujeante y parecía que el fango se tra­gara aquel cuerpo obeso. Enseguida venía la lucha por sacar los pies moviéndose con tal torpeza que sólo lograba hundirse más. […] De pronto, el gordo perdió una de las botas. El pie libre apareció blanco y liviano, pero, para conservar el equilibrio, lo hundió de inmediato junto al hueco donde había desaparecido la bota.

Luis Sepúlveda: Un viejo que leía novelas de amor (1989)

Feuerkogl, Austria © Ines Mahler, Kreuzlingen

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Der Beitrag wurde am Samstag, den 16. Januar 2021 um 07:48 Uhr von Maria Jesus Beltran Brotons veröffentlicht und wurde unter Allgemein, COMENTAR, EXPLICAR, LEER abgelegt. Sie können die Kommentare zu diesem Eintrag durch den RSS 2.0 Feed verfolgen. Sie können einen Kommentar schreiben, oder einen Trackback auf Ihrer Seite einrichten.

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