Hablar con claridad es una propiedad poco habitual en la comunicación entre personas. Mucho menos frecuente lo es cuando se trata de establecer un intercambio de prestaciones entre dos seres humanos, pues a veces las verdaderas intenciones suelen mantenerse ocultas por razones estratégicas. Pero con toda seguridad, expresar una propuesta con transparencia, respeto y concisión, cuando una de las personas propone un trueque a cambio de sexo sin ser profesional del mismo, provoca duda y confusión. En la última novela de Sara Mesa, Un amor (2020), se plantea esta última situación comunicativa entre dos personas, a partir de la siguiente afirmación: Nadie se atreve a hablar con claridad. Lo normal, o lo habitual, es andarse siempre con segundas intenciones (p. 67).
En primer lugar, debemos preguntarnos qué significa hablar con claridad o en su caso, qué significa hablar con segundas intenciones. Según la definición del diccionario, una intención es el propósito o la voluntad de hacer algo. Es decir, en la práctica comunicativa, una persona manifiesta o expone una idea, un plan, para darlo a conocer. Pero si lo hace con segundas intenciones o con doble intención está procediendo de forma equívoca y solapada. Lo corriente, según esa afirmación anterior novelada, es hablar sin declarar abiertamente las verdaderas intenciones.
Al final del primer capítulo de la novela Un amor, la actuación del personaje a quien llaman el alemán no es en absoluto ambigua ni maliciosa, no hay nada oculto en su propuesta. Pero veamos en qué momento de la trama aparece esta situación que provoca muchos quebraderos de cabeza, no solo a la interlocutora sino también a quienes leen la novela.
Nat, la protagonista, ha abandonado su trabajo en una ciudad y se ha trasladado a vivir a un pueblo. Ha alquilado una casa que intenta arreglar a duras penas. A estas alturas de la novela, esta mujer joven – su edad no se menciona – ha superado ya la primera fase de adaptación en su nuevo entorno, no sin experimentar considerables trastornos: el perro que el casero le ha proporcionado se comporta reacio a la cercanía humana, casi como ella misma; los vecinos tantean quién es esta mujer joven que viene a vivir sola en un lugar apartado del mundo. Ella misma, con una actitud algo apocada y distante, ha establecido solo algunos pocos contactos con ciertos habitantes, mientras que se ha dedicado a instalarse lo mejor posible en una casa con goteras. Bien es verdad que la zona adonde ha ido a vivir es de secano y suele llover poco o prácticamente nada. Pero cuando lo hace, parece que diluvia dentro de su nuevo hogar. Tal es el estado desastroso del tejado. Como ella misma, la casa está aparentemente desprotegida ante las inclemencias.
Un día aparece uno de los habitantes de la aldea en casa de Nat para venderle la verdura que él mismo cosecha en su huerto. Poco se sabe de este personaje porque vive algo retirado y también, como Nat, guarda distancias con respecto a los demás. Él es, como ella, un hombre que vive solo, de mediana edad. Le han puesto de apodo el alemán porque la gente cree que viene de Alemania, aunque esto se revelará como parcialmente cierto. En este momento, poco importa si el hombre es realmente alemán o no: él es un extraño para la gente del pueblo. Nat, por el contrario, es para los demás una forastera, alguien que viene de fuera para instalarse en ese lugar. La gente no sabe bien por qué y quienes leemos la novela tampoco.
La voz narradora entra en el personaje del alemán -estamos obligados a llamarlo así porque de momento su verdadera identidad es desconocida – y nos comunica su postura de creer poder hablar sin rodeos ante Nat, aunque bien es cierto que aporta un gramo de duda a través del adverbio quizás (Él piensa que quizá con ella sí pueda hablar sin rodeos). Lucha consigo mismo: no solo vacila, sino que intuye que su propuesta puede ser malinterpretada por ella y la chica puede ofenderse, enfadarse. Su argumento lógico se basa en que no la conoce lo suficiente como para anticipar su reacción.
Sin embargo, por las razones que sean, decide dar el paso y hablar, proponerle algo. El hombre es cauto y no se precipita (Espera unos segundos); se queda quieto e intenta penetrarla de una forma simbólica a través de la mirada. Sí, digo bien, el verbo utilizado por Sara Mesa, una escritora extremadamente precisa en la selección de léxico, es sondear en su mirada. Esto quiere decir que el alemán intenta indagar entrando en un subsuelo metafórico de la persona a la que habla para saber cómo podría ella reaccionar.
Todo este preámbulo reflexivo ha de ser leído con muchísima lentitud, demorándose en el significado de cada palabra. Y es menester prepararse, porque la frase que aparece a continuación en el texto contiene material explosivo, a pesar de estar redactada, expresada, con absoluta sencillez: —Puedo arreglarte el tejado a cambio de que me dejes entrar en ti un rato —dice. Esta es la clara y nítida propuesta del alemán que le comunica a Nat para llevar a cabo un trueque. Por supuesto, la proposición necesita una aclaración que Nat pide con esta pregunta:
—¿Y cómo sería eso exactamente?
Todo ser humano tiene derecho a recibir una explicación antes de tomar una decisión en la que se va a ejecutar una transacción en la cual se le implica íntimamente. La respuesta a eso está exactamente en la novela: Un incentivo para la lectura que les recomiendo llevar a cabo con la mayor calma y sosiego. Porque aquí, cada palabra pesa una tonelada.
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