¿A quién no le aburren los formularios y las evaluaciones? A mí, sí, como es fácil de imaginar leyendo estas Letras en Danza. Ahora, acabando ya el curso, a la hora de hacer las evaluaciones sobre el aprendizaje, se me ocurrió que podíamos hacer un ejercicio alrededor o a partir de las preguntas clásicas que todos conocemos y cuyo objetivo es evaluar la forma y los contenidos de aprendizaje.
Las instrucciones que ofrecí a mis estudiantes eran las siguientes: Escribe un texto con otra(s) personas (a 4 o 6 manos) divertido y creativo que reproduzca tu experiencia de aprendizaje en este curso. Os podéis inventar una historia o responder de una manera tradicional a las preguntas del cuestionario que os adjunto.
Pues bien, unos días después llegó a mi buzón el siguiente texto que comparto hoy con ustedes:
El vasto bosque
El otro día me perdí en el vasto bosque de la lengua española, con robles anchos y abetos altos que tocaban las nubes oscuras, provocando la lluvia de vez en cuando. Seguía los caminos que no sabía distinguir, pues para mis ojos eran iguales – oscuros, angustiosos, peligrosos – los seguía, intentando encontrar mi camino para llegar a una parte del bosque más clara, más amigable.
Estuve merodeando por ahí durante días, meses, tal vez años, pero un día de abril los robles y abetos ya no parecían tan anchos y altos. Tenían ramas bien estructuradas, unas me contaban más sobre cuentos de una tal Sara Mesa, otras me aconsejaban escribir un blog personal y algunas más arriba me mostraban mis debilidades que tenía y que me impedían encontrar ese claro del bosque tan deseado.
Recorría todas estas ramas que me atraían con sus temas diversos, pues, cada rama me ofrecía algo nuevo que descubrir, algo nuevo que aprender. Algunas eran tan altas que casi no las alcanzaba pero por todos lados veía a compañeros, pájaros y ardillas, que encontraban su camino y con la ayuda de las ramas bajas, alcancé también las más altas que ofrecían los árboles por ese camino.
Cuando bajé del último roble, mirando atrás me di cuenta que siempre había alguien que me acompañaba. Era la voz de este camino, de esta parte del bosque, una voz, que me manejaba de una rama a la otra, que me aclaraba mis dudas y sobre todo que me animaba a seguir adelante. Me di cuenta que gracias a esta voz logré trepar por todas esas ramas, porque esta las organizó. Sabía por dónde ir, qué trucos había, y cómo aprender y gozar del aprendizaje durante el camino.
Pero ahorita tengo que dejarla atrás, esta voz, esta parte del bosque. Ante mí aparecieron otros robles, otros abetos, que ya no parecían tan oscuros ni peligrosos. El árbol más cercano ya casi lo pude tocar, pero la voz me dijo que en julio sería mejor treparlo, ahora no, ahora no. Me dijo que siempre debería mirar atrás, ver lo que logré hacer en mi camino, ver, cuánto había aprendido, cuántos árboles bien grandes encumbré.
Estaba preparada para seguir mi camino en este vasto bosque de la lengua española, con sus robles anchos y abetos altos que alcanzaban las nubes. Seguía los caminos, caminos que ya podía distinguir, que no me parecían iguales – ni oscuros, ni angustiosos, ni peligrosos – decidí seguirlos, seguirlos para siempre.
Ewa Marta Staszewska y Jordan Cerreta
Estudiantes de Filología Hispánica
en la Freie Universität Berlin
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