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REVELACIONES (IV): Un dedo en los labios (I)

Para entender el mundo y la visión que Jiménez Lozano nos ofrece de él en los microrrelatos, es necesario entrar en el ámbito del silencio. Éste es el tema central de todo el libro Un dedo en los labios.

En la portada contemplamos el perfil de una hermosa joven, una Madonna de Filippo Lippi, con la cabeza ligeramente inclinada hacia abajo, que posa el dedo índice sobre sus labios en actitud de recogimiento. Pero ¿es esta imagen la representación de una mujer que pide silencio o se lleva un dedo a los labios porque calla, está interiorizando algo?

El lector se detiene, en una segunda estación, en la cita preliminar que habla de la circunstancia en la que ha nacido la obra:

“Una silueta que se lleva el dedo índice a los labios y con esta inscripción por encima: “Silentium”. Es esta cantidad de silencio la que exalta a un novelista y le permite construir un personaje.”

Esta estética del silencio, de la que nacen los “retratos” de mujeres que componen el libro, encuentra su parangón en la pintura, en especial aquella que el mismo autor comenta en su ensayo Pintura de silencio (Retratos y naturalezas muertas). Es el silencio creador del escritor, quien ve, escucha y plasma las historias; y es también el silencio necesario de la lectura.

La colección se abre con una invitación a mirar hacia atrás, a adentrarse en el recuerdo (La recordadora), y se cierra con el retrato titulado Espejos. En este último aparece una dama que está buscando un “espejo verdadero o del desengaño” ante el cual poder declamar en un teatro desnuda con una calavera – recordemos las pinturas de George de la Tour – y  junto a una silla en la que reposa su libro y una candela encendida, el siguiente monólogo:

“Porque así como se ven en un espejo las cosas a lo trocado… así pasa con la muerte como con el espejo verdadero … porque lo que en la vida tenéis a la derecha … allí lo hallaremos a la izquierda.”

La dama corta todas las conversaciones “en cuanto se decían dos o tres palabras”, pide silencio “poniéndose el dedo úndice en los labios” para que “el espejo verdadero” hable. Este espejo que ella busca es el libro Un dedo en los labios, porque en él las historias que se nos cuentan aparecen “a lo trocado”, es decir, el mundo se ve, gracias al espejo, desde otra perspectiva. Por ejemplo, la mujer de Lot que se convirtió en estatua de sal, aquí en el relato que abre el libro y se titula La recordadora, tiene vida propia y sonríe.  El lector, desde las primeras líneas reconoce que se trata de la huida de Lot y su familia pues se dice que “fueron avisados de que un fuego de lo alto caería”. Los personajes, presentados por los sentidos de la vista y oído (miraban, veían, se oía) sienten curiosidad, o desasosiego. El lector sabe ya que “se les advirtió también de que en su huida no deberían volver la vista atrás”. La protagonista es la mujer de Lot, porque es ella quien, en esta huida, comienza a contar historias de su infancia, de un pájaro que había muerto, de un anillo de oro que se le perdió, y aún echaba de menos. Además, está el silencio, porque cuando

“quiso seguir contando otra historia que parecía venirle a la memoria, no lo hizo, sólo se le oscurecieron los ojos y calló”.

Se supone que sería porque era algo también perdido. Lo que ocurre luego todo lector lo sabe y es que

“volvió la vista atrás” y se transformó “como de una piedra traslúcida … como de cristalitos de sal”.

Sin embargo, el vuelco súbito revelador resulta del hecho de que “ella”, la protagonista de este cuento, “sonrió”, y es que “ella no parecía triste, sino que seguía sonriendo y seguramente recordando, y ya se quedaría allí para siempre así, con esa memoria”. Aquí la revelación es que esta mujer sonríe y adquiere una relevancia no solo como “figura de sal” sino con expresión y vida propias.

 Todos los microrrelatos del libro están reunidos bajo epígrafes que anuncian ya la característica más marcada de las protagonistas, pero que no agotan su ser y representación: son mujeres antiguas, mujercillas, silenciosas, parleras y cuchicheadoras, ríen, tienen secretos, son misericordiosas.

El silencio en el que nacen estas historias, y también las invade, abre paso a la vida de mujeres que se nos hacen presentes en un espacio de una o dos páginas. Ellas han pasado “sin hacer ruido”. La vida de las mujeres “ha sido tan atroz y tan vergonzosa”, dice Jiménez Lozano, que “me parece a mí que estamos aún a miles de años luz de la simple humanización de la especie” (Una estancia holandesa. Conversación con Gurutze Galparsoro. 1998, p. 34). En estos relatos escuchamos “el silencioso grito de su corazón”, el de las mujeres: son ellas el centro de atención. Aquí hablan, ríen, sufren, expresan conmiseración, se consuelan unas a otras. Son mujeres que llevan una “gran carga sobre sus espaldas”, mujeres que dicen “sus propias palabras de mujer”.

(Cuarta parte del artículo publicado en la revista ÍNSULA, Revista de Letras y Ciencias Humanas,  n° 741)

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Der Beitrag wurde am Montag, den 3. Februar 2014 um 10:44 Uhr von Maria Jesus Beltran Brotons veröffentlicht und wurde unter COMENTAR, LEER abgelegt. Sie können die Kommentare zu diesem Eintrag durch den RSS 2.0 Feed verfolgen. Sie können einen Kommentar schreiben, oder einen Trackback auf Ihrer Seite einrichten.

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