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REVELACIONES (III) : El cogedor de acianos (y II)

El ruido y ajetreo del mundo, los intereses mundanos, impiden adentrarse en el misterio de la muerte: En El accidente, (152-153) se asiste a una reunión social en la que un gran crítico habla sobre un inmenso cuadro abstracto, aunque lo que más parece interesar a todos son las conversaciones en torno a la “política, y al cine, y a las mundanidades.” El gran crítico, que ha llegado tarde, excusa su retraso por un caos de tráfico, producido según cuentan unos invitados, porque “una muchacha joven se había tirado desde un tercero”. La reacción de una invitada quien exclama que sería por amor, es aclamada con risas. En seguida llegan los camareros con las bandejas rebosantes de comida y todos desvían hacia ella la atención. En la descripción del contenido de las bandejas se encuentra el detalle revelador: además de salmón y froie-gras de carne rosada, viene el caviar “como pequeños ojos negros”. Basta con la palabra “ojos” para poner en cuestión la fiesta en la que todo se banaliza, incluso un suicidio. La fiesta mundana de este relato tiene lugar en el “Salón de Otoño” de un gran hotel: la elección de este sustantivo se asocia con la pérdida reflejada en los últimos versos del poema

En este otoño

¿Va muriendo?

Tal mi pregunta y cavilación de hombre 

en este otoño, en este exilio.

El tiempo de Eurídice,1996, p. 18.

Y es que, como dice el autor en uno de sus diarios,

“este mundo se mece muy a gusto en su inconsciencia y en su salsa, y no es capaz de escuchar nada. Y menos que nada, algo profundo y serio.”

La luz de una candela, 1996, p. 78.

Una escueta interrogación, expresada por un personaje que vivió la guerra del 36, basta para replantearse la historia tal y como aparece recogida en los manuales de Historia. El microrrelato El pitajuelo (38-39) empieza con esta descripción:

Entró el hombre en la librería y se puso a mirar los libros, pero no encontraba nada interesante hasta que dio con una historia de la guerra civil del 36 y, como vio que la gente hojeaba los libros, él también se puso a hojearla y vio allí fotografías que debían de recordarle aquel tiempo porque sus gestos eran como si reconociese allí a las gentes o los hechos y los lugares. Y luego comenzó a buscar por el libro.

Con esta breve descripción nos situamos en la historia, por un lado, a través del libro que el hombre hojea, y por otro lado, a través de la reacción del personaje, el cual al no encontrar finalmente lo que busca se pregunta “-¿Y entonces?”. Asistimos después al relato de lo que este hombre vivió durante la guerra, porque le cuenta al librero que el cura de su pueblo

jugaba al pitajuelo y a las canicas con los chicos, pero que, cuando llegó la guerra civil, se las tuvo tiesas con los rojos y con los azules.

El lector espera que ocurra algo, pues esta última frase está cargada de tensión. A continuación aparece expresada la extrañeza del hombre y este es el argumento de lo que para él es la verdad:

con los que salvó y aunque sólo fuera por lo del pitajuelo, tendría que tener alguna mención en un libro ¿no?”.

Pero el librero le contesta claramente que no. El hombre sale con el sentimiento de la realidad del olvido y el lector se da cuenta de esa otra realidad presentada aquí y que había estado ocultada.

Con frecuencia los protagonistas de los relatos son seres relegados también al olvido en nuestra sociedad. Son hombres y mujeres pobres (El tren, El convite, La crisis, etc.) que en estos microrrelatos, ni siquiera llevan un nombre, pero en todos se convierten en el centro de atención de la historia relatada. A veces se les relaciona con un oficio (La adivinadora, El arquitecto) que muestra su situación desconsolada. Además, están los seres de desgracia, invisibles para la sociedad, las “presencias divinas”, que como dice el autor con palabras de Simone Weil, son “las más misteriosas y altas formas de ser hombres” (Una estancia holandesa. Conversación, 1998, p. 46). Para Jiménez Lozano ellos poseen un fondo de verdad trascendental, pues “seres así sostienen el mundo, la historia y el pensamiento.” (1986, p. 122).  La protagonista de  La lluvia (p. 16), por ejemplo, es de “ellos”, así se la nombra en el relato. Ella tiene 18 años, rie y se alegra porque la lluvia le gusta. En este  brevísimo relato, en el que aparentemente no pasa nada, pues está compuesto como una descripción, su presencia es abrumadora: se oye su risa, su alegría, acompasada con el rumor de la lluvia.

El contraste entre dos formas distintas de estar en el mundo se muestra en varios relatos a través de la presencia de ciertos objetos y de la relación que los personajes establecen con ellos: En Objetos perdidos (60-61) un libro extraviado que para la protagonista, una anciana, forma parte esencial de su vida – se trata de Imitación de Cristo, de Tomás de Kempis -, es para el empleado de la oficina de objetos perdidos, un simple objeto que interesa por su descripción externa. Por otro lado, la Biblia, en La recuperación (14-15), tiene un valor funcional, que el protagonista utiliza para recuperar la movilidad de los dedos lesionados. Los objetos, que poseen el valor que uno les otorga, revelan la forma que los personajes de estos cuentos tienen de estar en el mundo. En el ensayo Los ojos del icono (p. 15) escribe el autor que

“la relación del hombre moderno con los objetos ni siquiera es de posesión, o tiene un carácter personal de cualquier otra manera. Su mirada sobre ellos es neutral, su vínculo con ellos es formal, externo, de puro agrado o desagrado”.

En el relato Los cántaros nuevos (193-194) un simple cántaro, que para unos podría ser un objeto decorativo y ornamental, es aquí portador de sentido y revela una forma de estar en el mundo que es trascendental.  Esta idea viene reforzada por la presencia en el relato de la “estrella errante” que ve el hombre una noche, y cuya presencia contrasta con los “fuegos artificiales”, que vendrían a representar el mundo moderno. Asimismo, el cántaro, objeto que acompaña a los protagonistas del cuento, recuerda la materia de la que el hombre está hecho, como se dice en uno de los poemas del autor dedicados a los cántaros:

…el cántaro

le hablaba en silencio, en oquedad, en eco,

Era

la antigua misericordia de la greda roja

de que el hombre está hecho.

Ausencia, Elegías menores, p. 189

(Tercera parte del artículo publicado en la revista ÍNSULA, Revista de Letras y Ciencias Humanas,  n° 741)

 

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Der Beitrag wurde am Freitag, den 31. Januar 2014 um 10:30 Uhr von Maria Jesus Beltran Brotons veröffentlicht und wurde unter COMENTAR, LEER abgelegt. Sie können die Kommentare zu diesem Eintrag durch den RSS 2.0 Feed verfolgen. Sie können einen Kommentar schreiben, oder einen Trackback auf Ihrer Seite einrichten.

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