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RELACIÓN EN ABISMO

¿Para qué nos sirve mirar hacia el pasado? ¿Qué se puede aprender de la relación entre dos personas que vivieron hace siglos?

¿Cómo es posible congeniar y desarrollar objetivos similares a pesar de mirar hacia el mundo de formas radicalmente distintas? 

¿Qué podemos aprender, sin retóricas, del respeto mutuo desde la diferencia?

A lo largo de quince años, en la segunda mitad del siglo XVI, Teresa de Ávila (1515 – 1582) y Juan de Yepes (1542 – 1591) compaginan sus trayectorias y van cumpliendo con tareas fundacionales comunes. Las circunstancias en las que viven la infancia habían diferido ya considerablemente: holgura económica en el caso de Teresa y extrema pobreza en el de Juan. Eso sí, ambas familias se desplazaron del espacio natal, huyendo para salvarse de persecuciones o rechazos: es probable que la madre de Juan fuera morisca y está estudiada la ascendencia judía de Teresa. Pero no es de esta grave circunstancia de la que quiero hablar. Lo que me interesa hoy es reflexionar sobre el respeto y el apoyo que ambos se profesan. 

Muchas eran las personas que andaban buscando – en el convulso siglo XVI – formas de religiosidad más depuradas, un cristianismo interior distinto al que se vivía por entonces. Teresa es uno de esos seres inquietos y emprendedores: su empeño de por vida fue reformar la orden de las monjas carmelitas. Juan, que ya había desempeñado diversos oficios y había trabajado en su adolescencia como enfermero y camillero, había tomado los hábitos en 1563 exteriorizando así su destino religioso.  

intersección: punto común a dos líneas que se cortan

Teresa y Juan se conocieron en septiembre de 1567 en Medina del Campo: Ella estaba allí -diríamos hoy- en viajes de negocios y propone a Juan incorporarse en el camino de la reforma carmelita que ella se lleva entre manos. Pero él pone condiciones: ha de ser pronto, pues -Juan- está a punto de tomar la decisión de entrar en la orden de los cartujos. 

Glosa: ¿Conocen ustedes la extraordinaria película El gran silencio? Si no, aquí la tienen, la recomiendo encarecidamente: EL GRAN SILENCIO.

Juan buscaba una perfección que se identificaba con el rigor como valor supremo. Quería poner en práctica un pensamiento y un riguroso ascetismo. La impronta de los cartujos, esos mudos voluntarios, atraía a Juan. Pero Teresa lo ganó para sus fines y fue él quien fundó en Duruelo en 1568 el primer convento de los carmelitas descalzos.

Sin entrar en detalles de cómo reaccionó Teresa cuando fue a visitar a Juan a Duruelo y vio la extrema pobreza y sencillez en la que vivía, sí que quiero destacar un hecho que me inquieta: la relación entre ambos transita a dos niveles. Por un lado, se apoyan y respetan -digamos en la vida pública-, pero una trascendental puesta en abismo los separa: ella mira por y hacia las cosas del mundo. Él, por el contrario, tiende al absoluto silencio, a la espiritualidad incondicional. 

SECUESTRO

Una década después del primer encuentro, Juan es víctima de un secuestro en la noche del 3 al 4 de diciembre de 1577. Teresa, al enterarse, comienza a escribir cartas, no solo para denunciar este hecho, sino para revolver cielo y tierra hasta encontrarlo. Sin éxito. Juan había estado al margen del mundo (de los negocios religiosos) y vivía al amparo de su propia fuerza interior. 

Entiendo que con su forma de vida provocaba al poner en evidencia otra religiosidad, incómoda para aquellos que estaban acomodados en la parte más agradable de la existencia. 

REACCIONES DE TERESA

Teresa, en San José de Ávila, se encargó, justo en la mañana del día 4, es decir, inmediatamente, de levantar acta notarial de la desaparición. A casi nadie interesó saber dónde se encontraba el prisionero porque a los descalzos que andaban por la Corte la suerte de fray Juan les traía sin cuidado. “Sólo se conmovió, y con qué amargura, la madre Teresa.” Quien exclama “no hallamos ni luz ni rastro para saber dónde está”. 

Esta es la relación simplificada de los esfuerzos que Teresa realiza por salvar a Juan de su confinamiento: 

4 de diciembre: Teresa, en primer lugar, escribe al mismísimo rey Felipe II “… suplico a vuestra majestad que con brevedad le rescaten”.  

10 de diciembre: Teresa escribe a la priora de Sevilla en los mismos términos y añade “… y dicen que iba echando sangre por la boca”. 

16 de enero de 1578, carta de Teresa al arzobispo de Évora: “Mi pena es que lo llevaron y no sabemos a dónde …. y temo algún desmán.” 

Siguen otras cartas y quejas a “ilustres” personajes, en marzo, abril, mayo, agosto … “No sé qué ventura es que nunca hay quien se acuerde de este santo”. Aunque en el momento en que redacta esas palabras, Teresa, -sin comunicación inalámbrica que difunda la noticia-, todavía no sabe que Juan ha conseguido huir de la prisión de los calzados de Toledo. 

A pesar de las diligencias de ella, la consideración en que tuvo a fray Juan, con ser mucha, no llegó nunca a afectarla personalmente … “entre ellos se abría un insalvable hiato temperamental” (Olvido G. Valdés). 

Ahora bien, ella se preocupó por él desde la distancia cuando estuvo encerrado en prisión y él fue quien dio los pasos para que la obra de ella se publicara. 

¿Qué más podemos esperar de dos personas que se re-conocen y respetan?

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Obras consultadas: 

Andrés, Ramón: No sufrir compañía. Escritos místicos sobre el silencio. Barcelona, Acantilado, 2010, (pp. 291-293) 

Olvido García Valdés: TERESA DE JESÚS. Madrid, 2001, Ediciones Omega. Capítulo 14: JUAN DE LA CRUZ (pp. 183-194). 

José Jiménez Lozano y Teófanes Egido: Sobre Teresa de Jesús. Junta de Castilla y León, 2015. Teófanes Egido, Una mirada histórica (pp. 260 – 277).

María Jesús Beltrán, Freie Universität Berlin

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Der Beitrag wurde am Samstag, den 12. Dezember 2020 um 07:30 Uhr von Maria Jesus Beltran Brotons veröffentlicht und wurde unter Allgemein, COMENTAR abgelegt. Sie können die Kommentare zu diesem Eintrag durch den RSS 2.0 Feed verfolgen. Sie können einen Kommentar schreiben, oder einen Trackback auf Ihrer Seite einrichten.

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