Letras en danza

Lengua y Literatura en Español

BIBLIOGRAFÍA, de IBAN ZALDUA

La lectura del relato de Iban Zaldua titulado Bibliografía, resulta intrincada a primera vista, aunque les aseguro que merece la pena ser leído con detenimiento una, dos, incluso tres veces. ¿Disponemos de tiempo? Son 958 palabras. Vamos allá:

Bibliografía

El presunto terrorista detenido antes de ayer está en medio de la habitación, sentado en una silla incómoda, atado de pies y manos. Empapado en sudor frío. Alza la vista y se atreve a mirar hacia donde está el policía que le ha torturado apenas hace una hora. El policía lleva la cara cubierta con un pasamontañas, y está leyendo un libro. No parece haberse dado cuenta de que el preso se ha despertado, y ni siquiera se ha movido. El presunto terrorista se ha quedado helado al reconocer el libro que el policía tiene entre sus manos: la misma cubierta color gris perla, la misma ilustración, el mismo título, el mismo autor. El presunto terrorista también ha leído esa novela no hace mucho. No entiende cómo puede estar en manos de su torturador. Recuerda que la leyó con la misma pasión que cree percibir en el policía. Que casi no hizo caso a lo que ocurría a su alrededor. Que no quería que el libro se acabara.

Al policía 76635-Q le dejó la novela su novio, hace una semana. No tiene mucho tiempo para leerla, pero le está gustando mucho. Decidió dejarla en el trabajo, para poder leer unas páginas en momentos de descanso como éste. Sus compañeros se ríen de él cuando ven que saca el libro del cajón de la mesa, pues no le conocían tal afición. A 76635-Q le da lo mismo. Esta novela es especial. No tiene ganas de que acabe. Es la primera vez que le sucede algo así.

A.J.C., el novio del policía, lee bastante más que 76635-Q. Tiene un trabajo más tranquilo (es funcionario de prisiones), y muchas horas en las que apenas tiene nada que hacer. Le gustaría que la afición prendiera en 76635-Q, porque le encanta hablar de libros (y también de películas), pero hasta ahora no ha tenido mucha suerte. De hecho, no sabía si iba a acertar o no con el libro, y todavía no lo sabe, ya que desde que se lo pasó no han estado juntos. Se pondrá muy contento cuando se encuentre con el policía, mañana o pasado, porque lo primero que escuchará de sus labios será lo mucho que le está gustando la novela. La consiguió en un registro que hicieron en el Cuarto Módulo, en una de las celdas que dejaron patas arriba. A.J.C. no se acuerda del nombre y de la cara del preso que estaba en aquella celda, ni de si le encontraron algo o no. Sólo que vio aquella novela en el estante y que, como conocía al autor, decidió llevársela. No se arrepiente: es, sin duda, la mejor obra de ese autor.

El preso de aquella celda, Pedro, se acuerda muy bien, sin embargo, de aquel registro, y también de otros muchos que ha sufrido anteriormente. Lo cierto es que lo del libro no le importó tanto, ya que nunca logró terminarlo, pero entre sus páginas guardaba unas fotos de su novia, y le da rabia haberlas perdido; eran unas fotos muy bonitas, de ellos dos en Benidorm y en Alicante, y del mar. Además, en aquel registro le destrozaron su televisor portátil.

Aquella novia que aparecía sonriente en las fotografías de Pedro no aceptaría ahora dicho título: como mucho, admitiría ser la ex novia de Pedro. Sara Fuentes odia aquellos meses en los que compartió piso con Pedro; también odia a Pedro, o lo odiaba, ya no está segura: ha pasado mucho tiempo. Ahora vive, de nuevo, en casa de sus padres, y trabaja en una floristería, a media jornada. Ya no se inyecta heroína y ha dejado de cometer pequeños robos para procurársela. Sara ha olvidado por completo aquel libro que se dejó cuando huyó de Pedro, lo mismo que otras muchas cosas que abandonó en aquella casa. Lo había robado en la Biblioteca Municipal y de eso precisamente acaba de darse cuenta el policía 76635-Q al ver el sello de la Biblioteca en la esquina inferior derecha de la página 111 (luego comprobará que el mismo sello vuelve a aparecer en las páginas 211 y 311). Sara intentó vender el libro durante un par de domingos en el mercadillo de la plaza nueva, pero no tuvo suerte. Le quitaron de las manos, sin embargo, los de Michael Crichton y Vázquez Figueroa que había robado en el Corte Inglés.

Cuando el libro llegó a la biblioteca, Alicia Fernández de Larrea lo fichó y le estampó el sello en las páginas 111, 211 y 311; también en la primera, pero Sara arrancó ésta antes de llevarlo´a vender. Al fichar el libro, Alicia decidió que lo leería, porque había podido hojear el comienzo, y le había gustado. Pero no tuvo tiempo de llevar a término aquella decisión. Una tarde en que volvía en coche a su casa, hicieron explotar una bomba contra un Patrol de la Guardia Civil que venía detrás de ella. Los guardias civiles salieron bien parados de aquella, pero Alicia quedó gravemente herida y murió en el hospital cinco horas más tarde.

La participación en aquel atentado es uno de los delitos que quieren hacer confesar al presunto terrorista que, sentado en una silla incómoda, atado de pies y manos, está empapado en un sudor frío. El presunto terrorista, sin embargo, ha olvidado todas las preguntas que le hacen sin cesar, y sólo se acuerda del libro que lee el policía. Aquella novela que tanto le gustó. Esbozando algo semejante a una sonrisa, recuerda que decidió comprarla porque el apellido del autor y el suyo eran el mismo. Y porque iba a tener que pasar una mañana entera junto al escaparate de aquella cafetería. 

Está pensando en estas cosas, cuando el policía 76635-Q cierra el libro y, desganado, hace el gesto de levantarse.

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Iban Zaldua, Como si todo hubiera pasado, pp 21-23. Libro publicado en Barcelona (Galaxia Gutenberg) en 2018.

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Les ofreceré el sábado próximo, en este mismo espacio, las reflexiones fruto de muchas horas de análisis y fructíferas discusiones en clase. Ahora hay que dejar reposar la lectura. 

ANOTACIÓN: Agradezco a Iban Zaldua el permiso que me ha concedido para publicar este relato en LETRAS EN DANZA.

HUECOS: LIENZO EN EL TALLER

UN CUADRO VOLTEADO de Philippe Mahler en dos etapas

Lienzo en el taller

Un lienzo blanco está extendido, firme, sobre los listones del entarimado, apoyado sobre la pared. El motivo es típico de este pintor y pertenece a una serie denominada « rincones de taller ». La imagen sugiere un orden que apacigua, permite concentrarse con tranquilidad en la creación de una obra. 

© Philippe Mahler 

Observando el lienzo de cerca, se vislumbra el discreto reflejo de una pintura anterior. ¿O es quizás el esbozo para una futura pintura? El pasado y el porvenir se reúnen aquí en el momento presente. Sobre la blancura indeterminada del lienzo se dibuja la evolución constante de una creación. 

Pozo

El pintor ha volteado su cuadro dándole un giro de 90 grados hacia la izquierda. ¿Por qué? Ahora lo titula « Pozo », precisando que una placa nos protege de un peligro invisible. 

Nos preguntamos de qué peligro nos protegería esta simple placa; ¿del rincón que tapa? La placa parece revolotear en el aire, rozando apenas las dos paredes. 

Poco a poco, quien observa el lienzo pierde la orientación y se percata de que se encuentra en un espacio sin fondo ni techo, de altura y profundidad insondables; un “huis clos”, un espacio cerrado sin ventana ni escapatoria. 

© Philippe Mahler 

¿Qué relación existe entre la génesis de las dos versiones de este “cuadro volteado” y nuestra actual situación? 

La primera versión data de 2019, la segunda de 2020, año en que un virus invisible invirtió el orden existente en el mundo. Un elemento ínfimo bastó para trastocarlo todo, empañando toda perspectiva y trastornando nuestras convicciones y certezas. Algunas personas han perdido su base existencial. Hemos perdido pie, literalmente, como en este “Pozo”. 

Queda la esperanza de que este proceso sea reversible, como con el cuadro, que se puede recolocar, si uno quiere, en su posición inicial. 

© Inés Mahler, 2021

Traducción de María Jesús Beltrán

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Un Tableau tournant de Philippe Mahler en deux étapes

Toile dans l´atelier

Une toile blanche est posée solidement sur les lattes d’un parquet, adossée contre un mur. Le motif est typique pour ce peintre et appartient à une suite nommée « coins d’atelier ». L’image suggère un ordre sécurisant permettant de se concentrer tranquillement sur la création d’une oeuvre.

Lorsqu’on observe la toile de près, on voit transparaître le reflet discret d’une ancienne peinture. Ou s’agit-il plutôt de l’ébauche pour une peinture future ? Le passé et l’avenir se rejoignent ainsi dans le moment du présent. Sur la blancheur indéterminée de la toile se dessine l’évolution continuelle d’une création.

Puits

Le peintre a tourné son tableau de 90 degrés vers la gauche. Pourquoi ? Il le nomme à présent  « Puits », en précisant qu’une plaque nous protège d’un danger invisible.

On se demande de quel danger cette simple plaque nous protègerait ; de ce coin caché par elle ? La plaque semble voltiger en l’air, touchant à peine les deux murs.

Peu à peu, le spectateur perd l’orientation et réalise qu’il se trouve dans un espace sans fond ni plafond, à la hauteur et profondeur insondables ; dans un « huis clos » sans fenêtre ni échappatoire.

Quel rapport y a-t-il entre la genèse des deux variantes de ce « tableau tournant » et notre situation actuelle ?

La première version date de 2019, la deuxième de 2020 lorsqu’un virus invisible avait inversé l’ordre existant dans le monde. Un élément infime avait suffi pour tout remettre sens dessus dessous, en brouillant toute perspective et en chamboulant nos convictions et certitudes. Certains ont perdu leur base existentielle. Nous avons littéralement perdu pied comme dans le « tableau tournant ».

L’espoir nous reste que ce processus sera réversible à la manière du tableau qu’on peut remettre, à loisir, à sa position initiale.

© Inés Mahler, 2021

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ZEIT IM MOMENT DES KIPPENS

Zu einem Kipp-Bild von Philippe Mahler, einem Bild in zwei Momenten:

Leinwand im Atelier

        Eine weissgrundierte Leinwand steht – an eine Wand gelehnt – auf einem soliden Holzboden. Es ist ein typisches Motiv des Malers, das zur Reihe der «Atelierecken» gehört. Das Bild verströmt ein Gefühl geordneter Sicherheit, ruhiger Konzentration auf einen Arbeitsprozess.      

Bei näherer Betrachtung der Textur schimmert eine verdeckte Malschicht hervor, ein übermaltes Bild? Oder ist auf der Leinwand ein Entwurf für ein zukünftiges angedeutet?

Beides trifft aufeinander, ein Vergangenes und ein Werdendes zugleich, im gegenwärtigen Moment: ein zeitliches Kontinuum.

Der kreative Prozess erscheint als stille, unaufhörliche Wandlung.

Hohlraum, Schacht

Hohlraum, Schacht

 Der Künstler hat sein Werk um 90° nach links gekippt. Weshalb?

Er bezeichnet es als «Hohlraum», als «Schacht», in welchem eine Schutztafel vor einer verborgenen Gefahr warne.

Die Frage stellt sich unmittelbar, wovor die harmlos wirkende Tafel 

Schutz bieten sollte. Vor dem kleinen Hohlraum hinter der Tafel?

Diese scheint in der Luft zu schweben, lediglich in Berührung mit zwei Wänden, einer hellgrauen und einer hölzern verschalten, deren Bretter strahlenförmig nach aussen gerichtet sind. Das ist das einzig Elektrisierende. 

Doch ergreift den Betrachter nach und nach ein unbehagliches Gefühl: ungewiss erscheint die räumliche Verortung. 

Als Teil des Bildes befände er sich in einem nach oben und unten offenen Schacht, dessen Höhe und Tiefe unauslotbar blieben; in einem fensterlos beengenden, aussichtslosen «Huis clos».

Welchen Bezug hat die Entstehung des Bildes in seinen Varianten zur Aktualität?

Die erste Version ist 2019, vor dem Auftauchen eines unsichtbaren Virus, entstanden, die zweite im Jahr 2020, als dieser Keim die Weltordnung auf den Kopf gestellt hatte. Das Kippen des Bildes entspricht dem Kippen unserer Vorstellungswelt: nichts ist mehr, wie es war. Alle Perspektiven haben sich verschoben. Nähe wird zur Distanz, Distanz zur Nähe. Gewissheit und Planbarkeit sind bodenloser Verunsicherung und Desorientierung gewichen. Wir haben sprichwörtlich den Boden unter den Füssen verloren, die existentielle Basis.

Hoffnung liegt in der Umkehrbarkeit der Kipprichtung.

© Inés Mahler, 2021

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PROCESO DE ESCRITURA

La autora de todos estos textos es Inés Mahler, profesora de francés en Kreuzlingen, Suiza. Esposa de Philippe Mahler, el pintor que expone estos días su obra más reciente en face@face.

Cuando hace ya más de un mes comenté por teléfono con Inés mi descubrimiento de los HUECOS EN LITERATURA para estas LETRAS EN DANZA, ella exclamó: Philippe acaba de pintar un hueco. Le pedí que escribiera algunas reflexiones sobre esa pintura y se puso manos a la obra.

La primera versión la redactó en alemán: „Zeit im Moment des Kippens„. Después le propuse que tradujera ella misma al francés ese texto, pues no en vano es la lengua que utiliza la pareja para hablar de pintura en casa y en el taller. Al ponerse a traducir, – me dijo Inés -, lo reescribió. Yo le había prometido redactar la versión al español basándome en el texto que ella escribiera en francés; y así lo hice, mandándoselo para que me diera su opinión, pues entre nosotras hablamos español (Inés es colombiana). Lo que me escribió fue emocionante: Cambié mi texto siguiendo la lógica del tuyo.

COMPLETAR HUECOS

El proceso de completar un hueco quizás sea así: la pandemia que nos asola ha provocado un hueco de dimensiones incalculables en el que nos encontramos y nos impulsa a la creatividad, por ejemplo, con otros tipos de conceptos para acercar el arte al público.

Este es el caso de la exposición de pinturas de Philippe Mahler que tiene lugar estos días en Kreuzlingen, a orillas del Lago de Constanza, donde se dan la mano Alemania, Austria y Suiza. El concepto de la exposición es el siguiente (lo resumo después de haber leído este artículo en alemán: cliquee aquí)

Además de ofrecer una visita virtual (cliquee aquí para verla), el Museo Rosenegg de Kreuzlingen ofrece llevarles el museo a las casas. Philippe Mahler les presta durante una semana una obra que les entrega él mismo en sus domicilios. Disfruten, si lo desean, de -al menos- la visita virtual para ver los cuadros dispuestos en las salas.

María Jesús Beltrán, Freie Universität Berlin

IV HUECOS EN LITERATURA

En las últimas semanas hemos hecho acopio de huecos. Huecos que no se pueden volver del revés como un calcetín, una bolsa de la compra reutilizable o la funda de una almohada. Pero sí podemos observar los huecos desde diferentes perspectivas. 

La primera gran diferencia en el uso del sustantivo hueco radica en que este se puede referir a un espacio físico o a un lapso de tiempo. Sin olvidar que existen huecos relacionados con sentimientos, emociones. 

© Ines Mahler, Kreuzlingen (Suiza)

En mi recopilación literaria de huecos, uno de los pocos ejemplares encontrados se refiere a un lapso de tiempo al que se le saca provecho leyendo a Flaubert: 

Fueron unos días pesados, con sórdidas comparecencias ante notarios y jueces, llevando y trayendo documentos al laberíntico Pa­lacio de Justicia, que, en las noches, me dejaban desvelado y cada vez más impaciente por regresar a París. En los hue­cos libres, releía La educación sentimental, de Flaubert, por­que, ahora, la madame Arnoux de la novela tenía para mí no sólo el nombre, también la cara de la niña mala.

Mario Vargas Llosa Travesuras de la niña mala (2006)

Ahora bien, como ya hemos leído en los HUECOS anteriores I, II, III, la mayor cantidad de huecos – sustantivos – aparecen en el mundo material, táctil, palpable, tangible, físico: campo, ciudad, seres vivos…, por ejemplo, el ser humano: Recorremos ahora el cuerpo donde se alojan huecos cuyos límites a la vista están: 

En todo caso, no es la cara de alguien que se divierte; más bien, la de quien acaba de bostezar o aullar y ha quedado desmandibulado, los ojos entornados, las narices dilatadas y las fauces abiertas, mostrando un hueco oscuro, desdentado.

Vargas Llosa: La fiesta del chivo (2000)

Esta representación de un hueco y la siguiente guardan parentesco con algunas figuras de las Pinturas Negras de Goya, impresiones aptas para potenciar la desazón: 

No me mientas, Aminta, ¿acaso viste el hueco horrendo que tiene en vez de boca? 

Laura Restrepo: Delirio (2004)

© Ines Mahler, Kreuzlingen (Suiza)

El hueco sirve a su vez como caja de resonancia para albergar emociones que re-suenan por todo el cuerpo. Lo leemos aquí en un pasaje escrito de forma magistral por una muy joven escritora española. Fíjense si no en la isotopía auditiva (oír, sonido, resonancia, atronar, voz, sonar, articular):

Nat oye las palabras sin alcanzarlas. Percibe los sonidos, pero no los agarra. Algo ha empezado a cambiar en su interior. Su furia se disuelve y cede el paso a un hueco cuya resonancia atrona por todo su cuerpo. Ha caído en un pozo y se está ahogando. Se frota los ojos con los puños, mirándolo ya desde un lugar distinto. Su voz —su propia voz— le suena muy remota, como si se articulara desde muy lejos, fuera de ella.

Sara Mesa: Un amor (2020)

¿Dónde ubicar el dolor que parece haberse hecho un hueco? ¿Por qué el dolor se instala en un hueco y no en la cabeza, la nuca o el dedo pulgar, por nombrar algo visible?

Fue tu orgullo el que alzó la máquina, ¿acaso querías demostrarle al Padre que no te doblegaba?, los demás te mirábamos desde el hueco de dolor […].

Laura Restrepo: Delirio (2004)

Además de dolor, los huecos son espacios vacíos producidos por pérdidas, desengaños, rupturas, o quién sabe qué:

… se sentó en la barra del bar y pidió una cerveza bien helada y con espuma. Entonces se dio cuenta de que no le había preguntado al padre cómo se llamaba el perro. Bah, era un perro. Después de todo, el padre tampoco le había preguntado el nombre del novio la primera vez que le habló de Javier. A la que tendría que ignorar era a Leonora, no al cachorro que venía a llenar quién sabe qué hueco.

Alejandra Costamagna: El sistema del tacto (2018)

Fazit y mi apostilla personal

Llegamos con esta duda al final de nuestro recorrido literario con huecos. En alemán utilizamos la palabra Fazit (resultado, resumen, conclusión), para expresar la esencia de aquello que se ha venido estudiando y se expone al final. Pues bien, este sería mi hecho concluyente: En textos literarios la presencia de la palabra hueco aporta una connotación negativa.  

Dándole la vuelta a la palabra, ya más allá de los textos, busquemos todo aquello que no hemos encontrado en los huecos: alegría, optimismo y humor.  

Recordando con nostalgia y buen humor, que no son incompatibles, los tiempos de presencia física en el aula.

III HUECOS EN LITERATURA

El detonante que me impulsó a escribir esta serie de entradas sobre el sustantivo español HUECO, su presencia en el espacio público (véase la entrada del sábado pasado II HUECOS) y en la literatura, fue el del

HUECO DE UNA ESCALERA

En las primeras páginas de la novela de Antonio Soler titulada Apóstoles y asesinos, publicada en 2016, nos adentramos en la vida privada del protagonista, Salvador Seguí i Rubinat, conocido anarquista catalán a principios del siglo XX. El Noi del Sucre vive en Barcelona con Teresa, su pareja que está encinta. Digamos que pasamos sus últimas horas domésticas con ambos. La perspectiva de narración se va alternando entre el mundo interior de él -lo que ve, lo que piensa y siente- y el de ella. Han pasado una noche de insomnio, pero sin comunicárselo el uno al otro: Él creía que ella dormía, y a ratos, ella pensaba lo mismo. Después de levantarse tampoco comparten de forma explícita el malestar que embarga a ambos: … esa mañana se levantó fingiendo encontrarse bien, de buen humor. … Ella no fingió nada.

 Después del mediodía él sale de la casa. Su salida está plasmada desde la percepción de Teresa. Ella pre-siente el peligro al que está expuesto su compañero. Ya le había pedido que exigiese protección o se quedara en casa, lo que él había rechazado. Sabemos – y esta es para un estudio narratológico la valiosa primera palabra de la novela – que ese mismo día el Noi fue asesinado en la calle. 

Pues bien, más acá de los hechos reales conocidos (Sabemos), en este texto de Antonio Soler se crea un universo de ficción en el que las miradas (Lo vio calarse …. y mirarse …) y los ruidos (oyó la puerta … la voz …) son elementos esenciales de la dramaturgia y acompañan como una orquesta la cruel separación definitiva de una pareja. Nuestra palabra del mes, HUECO, adquiere en este escenario un sentido musical in-audito: 

Lo vio calarse la gorra y mirarse de reojo en el espejo del perchero. Desde la cocina oyó la puerta que se cerraba y la voz de Seguí hablando con Perones, alejándose por el hueco de la escalera.Teresita siempre lo llamó por el apellido. Nunca por su nombre de pila y menos aún por el apodo con el que todos lo conocían. El Noi del Sucre, o, simplemente, el Noi.

Antonio Soler: Apóstoles y asesinos (2016)

Existen en la literatura escenas de un calado muy distinto en cuanto a la tensión emocional y los efectos que se crean a partir del hueco. Por ejemplo, el de este marco de una puerta que encuadra la proyección de los augustos sentimientos del protagonista en la novela de Miguel de Unamuno Niebla. Un hueco habitado, como en una pintura imaginada: 

Sonó el timbre de la puerta.

––¡Ella! ––exclamó con misteriosa voz el tío.

Augusto sintió una oleada de fuego subirle del suelo hasta perderse, pasando por su cabeza, en lo alto, encima de él. Y empezó el corazón a martillarle el pecho.

Se oyó abrir la puerta, y ruido de unos pasos rápidos e iguales, rítmicos. Y Augusto, sin saber cómo, sintió que la calma volvía a reinar en él.

––Voy a llamarla ––dijo don Fermín haciendo conato de levantarse.

––¡No, de ningún modo! ––exclamó doña Ermelinda, y llamó.

Y luego a la criada, al presentarse:

––¡Di a la señorita Eugenia que venga!

Se siguió un silencio. Los tres, como en complicidad, callaban. Y Augusto se decía: «¿Podré resistirlo?, ¿no me pondré rojo como una amapola o blanco cual un lirio cuando sus ojos llenen el hueco de esa puerta?, ¿no esta­llará mi corazón?»

Miguel de Unamuno, Niebla (1914)

U otros huecos desprovistos de sus límites naturales, que por lo tanto son verdaderos huecos huérfanos: 

Nat se asoma por los huecos de las ventanas —los marcos arrancados, sin cristales— al interior lleno de basura y de moscas. Entra, aun sabiendo que no hay nada que ver —nada bueno—, y allí, entre esos muros en los que el aire se espesa, le sobreviene una certeza insoportable.

Sara Mesa: Un amor (2020)

También encontramos huecos sostenibles, reciclados: 

—Además —dijo el Coronel mientras Yago lo instalaba cerca de la chimenea. A pesar del gran calor, siempre se hacía llevar allí, después de la cena. En lugar de fuego, Magdalena ponía una gran maceta de lilas en el hueco de la chimenea. La naciente primavera aún no había desprendido de las paredes una imaginaria corteza helada—, trae un Marie Brizard para la señorita Eva.

Ana María Matute: Demonios familiares (2014)

y otros mucho más íntimos: 

… intuye muy próximo el fin de la abuela y le impresiona bastante su rostro decrépito en el hueco de la almohada, no puede evitar un vago sentimiento de plenitud, una súbita conciencia de futuro …

Juan Marsé: Rabos de lagartija (2000)

Ponerle nombre a un hueco es una rara invención que ilustra y da categoría al espacio. Es lo que vemos en una bodega-cueva en la novela de Pío Baroja El árbol de la ciencia

Al final de septiembre, unos días antes de la vendimia, la patrona le dijo a Andrés:

—¿Usted no ha visto nuestra bodega? —No.  […] 

—Ahora, si no tiene usted miedo, bajaremos a la cueva antigua —dijo Dorotea.

—Miedo, ¿de qué? —¡Ah! Es una cueva donde hay duendes, según dicen.

—Entonces hay que ir a saludarlos. […]

Se explicaba que la fantasía de la gente hubiese transformado en duendes aquellas ánforas vinarias, de las cuales, las ventrudas y abultadas tinajas toboseñas, parecían enanos; y las altas y airosas fabricadas en Colmenar tenían aire de gigantes. Todavía en el fondo se abría un anchurón con doce grandes tinajones. Este hueco se llamaba la Sala de los Apóstoles.

Pío Baroja: El árbol de la ciencia (1911)

Reconozco que hasta estos días en que reflexiono sobre el sustantivo “hueco”, esta palabra no me había llamado especialmente la atención, a excepción de Baulücke, solar o parque infantil, que mencioné el sábado pasado, un hueco urbano que me impresionó cuando llegué a Berlín recién caído el muro. Los huecos en general, me habían pasado desapercibidos.

Pero al releer la novela Un viejo que leía novelas de amor, de Luis Sepúlveda, un hueco especial consiguió arrancar alguna sonrisa. Quien haya caminado por un lodazal o haya tenido que empujar el kayak por un riachuelo fangoso en la vecina Polonia, conocerá esta sensación de perder el calzado hundido para siempre en la tierra. Aquí les dejo con la última cita de esta semana, hasta el próximo sábado, en que rastrearemos otros tipos de huecos.

A las cinco horas de caminata habían avanza­do algo más de un kilómetro. La marcha se in­terrumpió repetidamente por causa de las botas del gordo. Cada cierto tiempo, hundía los pies en el lodazal burbujeante y parecía que el fango se tra­gara aquel cuerpo obeso. Enseguida venía la lucha por sacar los pies moviéndose con tal torpeza que sólo lograba hundirse más. […] De pronto, el gordo perdió una de las botas. El pie libre apareció blanco y liviano, pero, para conservar el equilibrio, lo hundió de inmediato junto al hueco donde había desaparecido la bota.

Luis Sepúlveda: Un viejo que leía novelas de amor (1989)

Feuerkogl, Austria © Ines Mahler, Kreuzlingen

II Huecos

El sustantivo de la lengua española hueco se configura por lo que no es y se encuentra a su alrededor, es decir, aquello que lo de-limita le confiere entidad. Un hueco, esté donde esté, sea lo que sea, se define por el vacío y la ausencia, por lo que no contiene. De ahí la necesidad de de-fin-irlo en relación con lo otro circundante. Por ejemplo, las paredes de dos edificios. 

BERLÍN

En el Berlín occidental de los 70 y 80 del siglo XX se aprovecharon numerosos solares ya limpios de escombros y ruinas para instalar en principio, sencillos parques infantiles con el objetivo de que familias con niños disfrutaran al aire “libre” en la que por entonces era una ciudad amurallada. No todas las casas de vecinos bombardeadas durante la Segunda Guerra Mundial habían sido reconstruidas. Se utilizaron esos espacios urbanos para que los berlineses más pequeños pudieran columpiarse, deslizarse por toboganes y jugar en la arena. 

El paisaje urbano en el por entonces Berlín oriental, en este contexto de montaje de parques infantiles, fue bien diferente: entre otras conocidas razones, no hacían falta pues era posible desplazarse sin estorbos de tránsito fronterizo para salir de la capital de la RDA y disfrutar, por ejemplo, de los cientos de lagos, prados y bosques que salpican la Marca Brandenburgo. 

Me resulta arriesgado decidir qué palabra utilizar para nombrar esos espacios de juegos situados entre los muros de dos edificios, huecos urbanos que hasta la Segunda Guerra mundial eran inmuebles, viviendas de vecinos. Si utilizo la palabra Baulücke (bauen significa construir y el sustantivo Lücke se refiere a ese espacio-intermedio vacío) implica una posible reconstrucción de viviendas, esto es, se trataría de un parque infantil provisional. Por el contrario, si simplemente nos referimos al solar-espacio intermedio vacío como Spielplatz, – parque infantil -, situado entre las calles tal y cual, estaríamos ignorando lo que hubo allí y fue el origen de ese espacio hueco

Si los denominamos parque infantil, que es lo que son en la actualidad, cabría la posibilidad de pedir que se instale alguna placa con nombres, fotos, de quien había vivido en ese espacio, ya fuera la señora de la limpieza o la secretaria en una fábrica de Kreuzberg. Algún tipo de recordatorio como el que vemos aquí:

Placa conmemorativa colocada en el nuevo inmueble del espacio donde se ubicaba la casa natal de Marlene Dietrich en la Leber Straße de Schöneberg, Berlín. 

MADRID

Siguiendo en capitales, pero ahora ya nadando entre letras literarias, encontramos HUECOS-ESCONDITES, como los que vemos diseminados por esta cita: 

[…] la policía ha detenido en Madrid al comité de huelga. Los encierran en una prisión militar. […] Son la cabeza de una redada policial que parece interminable. Viviendas, edificios, calles enteras son sitiados, registrados, saqueados. Aparecen militantes obreros en huecos inverosímiles, encogidos en altillos de cuarenta centímetros de ancho por un metro de profundidad, metidos en dobles fondos de alhacenas, dentro de colchones, en depósitos de agua, en sótanos y azoteas, en carreteras y descampados.

Antonio Soler: Apóstoles y asesinos (2016)

No solo las personas se ven obligadas a esconderse. También es menester, para salvar la piel, ocultar la presencia de ciertos libros en una casa: 

Puig es barbero. Un barbero culto y vago que se ausenta de su trabajo y se va al mercado de los Encantes Viejos para comprar libros. En esos libros se le va la mitad del sueldo. A veces, Puig se demora en la escalera de su casa, sube hasta el último rellano del edificio y esconde los libros en el hueco de un ventanuco. Luego desciende con las manos en los bolsillos, alegre, hasta su piso.

Antonio Soler: Apóstoles y asesinos (2016)

© De esta foto: Alfonso Marín Guallar, Madrid calle Mesón de Paredes

Anotación: La primera y tercera foto están sacadas con la cámara del teléfono móvil durante un paseo dominical en el Berlín asolado por la pandemia Covid19. El tiempo climático va parejo con la tristeza ambiental de esta capital apagada. La segunda foto está tomada en el Schlosspark Marquardt junto al lago Schlänitzsee.

María Jesús Beltrán, Freie Universität Berlin

I HUECOS

El hueco, un hueco. Los huecos, unos huecos, algunos huecos … 

¿En qué pensamos, qué asociamos cuando leemos o escuchamos la palabra “hueco”? 

Espacio-Tiempo vacío, eso es el hueco. Un sustantivo sin sustancia aparente. Un hueco es un espacio, un intervalo, un no-lugar. Ahora bien, es esa cualidad del no-nada lo que le confiere potencial. Su primera característica definitoria se refiere a su configuración: la forma del hueco le viene dada por sus límites, por la frontera visible que lo rodea, lo distingue y realza. En segundo lugar, se trata de un espacio con capacidad para ser ocupado. Por último, un hueco cuenta algo de lo que hubo y ya no está: Un vacío testigo de una presencia pasada. 

Por su extensión, encontramos huecos de todos los tamaños imaginables y para todos los gustos: el más pequeño que he visto hasta ahora se me apareció en la novela de Mario Vargas Llosa,  Travesuras de la niña mala (2006).

Se trata de unos huecos insólitos e intrascendentes: los que se crearon apagando cigarrillos en un sillón tapizado. Una verdadera pena. 

Procuraba sentarme en una mesita del fondo, a la que llegaba un poco más de luz y porque allí, en vez de sillas, había un sillón bastante cómodo, forrado de un terciope­lo que alguna vez fue rojizo y que se estaba desintegrando con los huecos abiertos por las quemaduras de cigarrillos y el roce de tantos traseros.

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En enero de 2021, en los huecos de los sábados en estas LETRAS EN DANZA, vamos descubrir huecos en literatura y arte.

De momento les dejo aquí impresiones de huecos vistos durante un paseo por un bosque de Brandenburgo. 

María Jesús Beltrán, Freie Universität Berlin

PUENTES MÁGICOS

La semana pasada celebramos en estas LETRAS EN DANZA el cumpleaños de Olvido García Valdés, cuyo último libro de poemas CONFÍA EN LA GRACIA ha quedado el cuarto, ¡y el primero de poesía! en el balance del año que hace Babelia.

El poema comenzaba con este verso

Es raro que seamos tantos en el mundo

……

…..

¿lo recuerdan?

Hoy publicamos la traducción inédita al alemán de Cecilia Dreymüller, a quien agradezco su envío.

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Sonderbar, dass wir so viele auf der Welt sind,

so viele in dieser Stadt

und dass es niemanden gibt

fast niemanden, den man nicht belügen kann.  

Gestern las ich Abschnitte

aus verschiedenen Autobiographien,

jemand beschrieb sich als Wilden

oder Masochisten in einer afrikanischen

Wüste und zwar mit einem Auge

schielend auf seine Wildheit – so sagte er –

und mit dem anderen auf Europa;

es war seltsam, aber 

man konnte ihn einfach nicht ernst nehmen.

Wie anders, dachte ich, spräche eine Frau,

jedenfalls gewisse Frauen, deren Namen

mir in den Sinn kamen,

oder wie gut jene andere

Art, etwas nicht zu sagen und es doch zu sagen,

die manche Männer besitzen,

solange sie nicht zu selbstherrlich

oder kleinkrämerisch sind; nicht lügen,

keine Nabelschau, nicht 

oberflächlich sein, nicht an

die Zehn Gebote rühren. 

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Poema de Olvido García Valdés traducido por Cecilia Dreymüller

© María Jesús Beltrán.
Güemes, Albergue de La Cabaña del Abuelo Pesto, 2018

Olvido García Valdés: Felicidades

Este mes de diciembre de 2020 quiero celebrar el cumpleaños de Olvido García Valdés, -poeta, ensayista, traductora -, compartiendo con ustedes un poema de su libro caza nocturna, que me ha hecho recordar experiencias y constataciones en una ya larga trayectoria vital por tres países de Europa. La condición humana no dispone de fronteras. 

Poema del libro caza nocturna, Ave del paraíso Ediciones, Madrid, 1997, p. 63.

Anotación: Agradezco a Olvido García Valdés que me haya permitido publicar su texto en estas Letras en Danza. Desde Berlín, mi felicitación por su redondo cumpleaños. Alles Gute zum Geburtstag!

También gracias a Marina y Vicente por la gestión social. Las redes son maravillosas a veces 🙂

María Jesús Beltrán, Freie Universität Berlin

RELACIÓN EN ABISMO

¿Para qué nos sirve mirar hacia el pasado? ¿Qué se puede aprender de la relación entre dos personas que vivieron hace siglos?

¿Cómo es posible congeniar y desarrollar objetivos similares a pesar de mirar hacia el mundo de formas radicalmente distintas? 

¿Qué podemos aprender, sin retóricas, del respeto mutuo desde la diferencia?

A lo largo de quince años, en la segunda mitad del siglo XVI, Teresa de Ávila (1515 – 1582) y Juan de Yepes (1542 – 1591) compaginan sus trayectorias y van cumpliendo con tareas fundacionales comunes. Las circunstancias en las que viven la infancia habían diferido ya considerablemente: holgura económica en el caso de Teresa y extrema pobreza en el de Juan. Eso sí, ambas familias se desplazaron del espacio natal, huyendo para salvarse de persecuciones o rechazos: es probable que la madre de Juan fuera morisca y está estudiada la ascendencia judía de Teresa. Pero no es de esta grave circunstancia de la que quiero hablar. Lo que me interesa hoy es reflexionar sobre el respeto y el apoyo que ambos se profesan. 

Muchas eran las personas que andaban buscando – en el convulso siglo XVI – formas de religiosidad más depuradas, un cristianismo interior distinto al que se vivía por entonces. Teresa es uno de esos seres inquietos y emprendedores: su empeño de por vida fue reformar la orden de las monjas carmelitas. Juan, que ya había desempeñado diversos oficios y había trabajado en su adolescencia como enfermero y camillero, había tomado los hábitos en 1563 exteriorizando así su destino religioso.  

intersección: punto común a dos líneas que se cortan

Teresa y Juan se conocieron en septiembre de 1567 en Medina del Campo: Ella estaba allí -diríamos hoy- en viajes de negocios y propone a Juan incorporarse en el camino de la reforma carmelita que ella se lleva entre manos. Pero él pone condiciones: ha de ser pronto, pues -Juan- está a punto de tomar la decisión de entrar en la orden de los cartujos. 

Glosa: ¿Conocen ustedes la extraordinaria película El gran silencio? Si no, aquí la tienen, la recomiendo encarecidamente: EL GRAN SILENCIO.

Juan buscaba una perfección que se identificaba con el rigor como valor supremo. Quería poner en práctica un pensamiento y un riguroso ascetismo. La impronta de los cartujos, esos mudos voluntarios, atraía a Juan. Pero Teresa lo ganó para sus fines y fue él quien fundó en Duruelo en 1568 el primer convento de los carmelitas descalzos.

Sin entrar en detalles de cómo reaccionó Teresa cuando fue a visitar a Juan a Duruelo y vio la extrema pobreza y sencillez en la que vivía, sí que quiero destacar un hecho que me inquieta: la relación entre ambos transita a dos niveles. Por un lado, se apoyan y respetan -digamos en la vida pública-, pero una trascendental puesta en abismo los separa: ella mira por y hacia las cosas del mundo. Él, por el contrario, tiende al absoluto silencio, a la espiritualidad incondicional. 

SECUESTRO

Una década después del primer encuentro, Juan es víctima de un secuestro en la noche del 3 al 4 de diciembre de 1577. Teresa, al enterarse, comienza a escribir cartas, no solo para denunciar este hecho, sino para revolver cielo y tierra hasta encontrarlo. Sin éxito. Juan había estado al margen del mundo (de los negocios religiosos) y vivía al amparo de su propia fuerza interior. 

Entiendo que con su forma de vida provocaba al poner en evidencia otra religiosidad, incómoda para aquellos que estaban acomodados en la parte más agradable de la existencia. 

REACCIONES DE TERESA

Teresa, en San José de Ávila, se encargó, justo en la mañana del día 4, es decir, inmediatamente, de levantar acta notarial de la desaparición. A casi nadie interesó saber dónde se encontraba el prisionero porque a los descalzos que andaban por la Corte la suerte de fray Juan les traía sin cuidado. “Sólo se conmovió, y con qué amargura, la madre Teresa.” Quien exclama “no hallamos ni luz ni rastro para saber dónde está”. 

Esta es la relación simplificada de los esfuerzos que Teresa realiza por salvar a Juan de su confinamiento: 

4 de diciembre: Teresa, en primer lugar, escribe al mismísimo rey Felipe II “… suplico a vuestra majestad que con brevedad le rescaten”.  

10 de diciembre: Teresa escribe a la priora de Sevilla en los mismos términos y añade “… y dicen que iba echando sangre por la boca”. 

16 de enero de 1578, carta de Teresa al arzobispo de Évora: “Mi pena es que lo llevaron y no sabemos a dónde …. y temo algún desmán.” 

Siguen otras cartas y quejas a “ilustres” personajes, en marzo, abril, mayo, agosto … “No sé qué ventura es que nunca hay quien se acuerde de este santo”. Aunque en el momento en que redacta esas palabras, Teresa, -sin comunicación inalámbrica que difunda la noticia-, todavía no sabe que Juan ha conseguido huir de la prisión de los calzados de Toledo. 

A pesar de las diligencias de ella, la consideración en que tuvo a fray Juan, con ser mucha, no llegó nunca a afectarla personalmente … “entre ellos se abría un insalvable hiato temperamental” (Olvido G. Valdés). 

Ahora bien, ella se preocupó por él desde la distancia cuando estuvo encerrado en prisión y él fue quien dio los pasos para que la obra de ella se publicara. 

¿Qué más podemos esperar de dos personas que se re-conocen y respetan?

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Obras consultadas: 

Andrés, Ramón: No sufrir compañía. Escritos místicos sobre el silencio. Barcelona, Acantilado, 2010, (pp. 291-293) 

Olvido García Valdés: TERESA DE JESÚS. Madrid, 2001, Ediciones Omega. Capítulo 14: JUAN DE LA CRUZ (pp. 183-194). 

José Jiménez Lozano y Teófanes Egido: Sobre Teresa de Jesús. Junta de Castilla y León, 2015. Teófanes Egido, Una mirada histórica (pp. 260 – 277).

María Jesús Beltrán, Freie Universität Berlin

CONTRA LA PERPLEJIDAD Y LA PARÁLISIS

¿Cómo abordar un texto como el que intentaba yo ofrecerles esta semana a mis estudiantes cuando de repente me enteré que el 83 por ciento son vegetarianas?

Léanlo y comprenderán ipso facto mi perplejidad y parálisis, metodológica y didáctica. 

BIBLIOTECA

En las estanterías ocupadas antes por los libros, se colocan ahora las chuletas, los costillares, las ristras de morcillas, los grandes y rosados cortes de tocino, las sangrecillas, las doradas pechugas de gallina, las piernas de cordero, los conejos, las orejas y morros de cerdo, las tripas de ternera, los riñones de cordero, el hígado de ternera. También en la gran sala de los clásicos se muestran en todo su esplendor los embutidos: los chorizos picantes y los dulces, los salchichones, las mortadelas, las butifarras, los morcillones, pitarros y bandujos, los tripotes y morcones. Toda clase de menudencias y chacinería cuya sola visión deslumbra a los bibliotecarios hasta el extremo de afectarles seriamente la consciencia y dejarles como ingrávidos levitando dulcemente sobre un tiempo de matanza. ¡Ah, estos días de mondonguería y casquería, en los que brilla la gente de cuchilla, matarifes y jiferos, iletrados y alegres, fuertes como uñas de vaca, maestros del degüello y la tajadura!

Julia Otxoa: Escena de familia con fantasma

¿Qué pasa en este cuadro pintado con palabras, en este genial e impactante microrrelato de Julia Otxoa? Nada, aparentemente. Solo “que brilla la gente de cuchilla”. Y no es poco. Por desgracia. 

Nos sentimos atraídas por un significativo título que nos hace pensar en libros, en un silencio espacial creado por seres humanos para arropar, guardar, cuidar, custodiar, vigilar, velar, asegurar, conservar el conocimiento acumulado durante milenios en nuestro mundo. ¿Nuestro?

Empezamos a acercarnos al cuerpo del texto y apenas en la primera línea nuestras expectativas se ven truncadas por la oposición, el careo, la contraposición de un antes y un ahora (ocupadas antes … se colocan ahora). Algo grave ha sucedido. De inmediato, en un presente impetuoso, una desbordante, copiosa y profusa lista de sustantivos nos arrastra al mundo de los matarifes y jiferos, responsables de la matanza.  

Las naturalezas muertas, que se nos presentan a la vista a través de las palabras, no son solo producto de acciones como despedazar, cortar, seccionar, dividir, trocear cuerpos inertes de animales; también nos remiten a actos profesionales realizados por la gente de cuchilla y sus compinches: adobar, condimentar, sazonar, meter, apretar, embutir, ajustar, sellar. 

La visión de esta exposición afecta seriamente a los bibliotecarios y les altera la consciencia, los trastorna, desorienta, confunde. Se quedan “levitando”, es decir, fuera de sí, deslumbrados, turbados, demudados. Los pobres: hechos un lío, han perdido el tino, el juicio, la cordura. 

Más o menos como me pasó a mí cuando me quedé paralizada en clase al enterarme de que la mayoría de mis estudiantes rechazan alimentarse con carne. A ellas está dedicada esta entrada, y a la autora Julia Otxoa, que con un correo electrónico y sus esclarecedoras palabras me ha sacado de la atonía didáctico-metodológica.

Julia Otxoa me escribe que su texto: “Es un canto y una defensa del mundo de la cultura, de los libros, del pensamiento ilustrado frente a un desorbitado culto a la comida … La cocina, los cocineros han ascendido al pedestal de dioses sociales.”  

Aquí está pues su llamada de atención: “La comida es necesaria en su justa medida sin ensalzarla”. Y concluye expresando: “¡Ya me gustaría que los medios dieran tanto espacio a los científicos, los artistas, a todos aquellos que hacen avanzar a la Humanidad!!!”. 

Un deseo que desde Berlín apoyamos a pies juntillas: Visiten la página web y el blog de Julia Otxoa, difundan y relaciónense con su arte, las redes sociales son también estanterías y expositores. Sustituyan productos perecederos por otros tantos -o más- inmortales: poemas visuales, ilustraciones infantiles, libros, obras científicas y literarias, partituras, piezas que guardan, aseguran, conservan y enriquecen el conocimiento y el saber acumulado durante milenios en nuestro mundo. Porque este mundo todavía es nuestro. 

María Jesús Beltrán

Freie Universität Berlin